EL TIEMPO
De niño andaba con sus pies de plomo,
pisando desganado los relojes.
Iba lento y solemne,
como en un carruaje muy pesado,
hacia un difuso punto de partida.
Luego anduvo con pasos más ligeros,
como huyendo de sí, como una fiera
enjaulada en un cuarto oscurecido.
Ahora lleva sus botas
aladas, va corriendo. Va
más ansioso que nunca hacia el final.
Aparta con desprecio
los soles y las lunas.
Cuando al fin se descalce,
¿qué será de nosotros, y dónde
vamos a refugiar tanta tiniebla?
Felipe Benítez Reyes