Mil veces digo, entre los brazos puesto
de Galatea, que es más que el sol hermosa;
luego ella, en dulce vista desdeñosa,
me dice: «Tirsis mío, no digas eso».
Yo lo quiero jurar, y ella de presto,
toda encendida de un color de rosa,
con un beso me impide y, presurosa,
busca tapar mi boca con un gesto.
Hágole blanda fuerza por soltarme,
y ella me aprieta más y dice luego:
«No lo jures, mi bien, que yo te creo».
Con esto, de tal fuerza a encadenarme
viene que Amor, presente al dulce juego,
hace suplir con obras mi deseo.
Francisco de Aldana