IN ANIMA VILI
¡Qué triste anatomía
La que aprendí sobre el revuelto lecho
En mis horas de insomnio,
Con el dolor por único maestro!
De los músculos supe
La forma, la extensión y el movimiento
Porque en ígneos contornos
Los sentí dibujados en mi cuerpo.
Y como brazos de espinosa zarza
Vi el ramaje intrincado de mis nervios
Al seguir esos hilos que conducen
La sensación recóndita al cerebro.
¡Cuán triste y fatigoso aquel estudio,
Teniendo por descanso y por consuelo
Su amorosa visita; la visita
Que todo enamorado espera inquieto!
Y ella no faltó nunca: ¡era la fiebre!
¡Y me estrechaba en su ardoroso seno!
¡Qué embriaguez de morfina! ¡Cuánto
frío!
¡Qué placer doloroso tan intenso!
Cuando me dejó y abrí los ojos,
Me vi solo y enfermo;
Y de poder llorar, llorado hubiera.
Por pedazos del alma que están lejos.
Después todo pasó; volví a este mundo
Con la experiencia de otro mundo nuevo;
La dicha es egoísta,
Pero no lo fue nunca el sufrimiento;
Y pensé desde entonces en los tristes
Que en las noches de invierno,
Al lado de los suyos agonizan
Sin pan, ni luz, ni fuego.
¡Ah, bendita mil veces mi fortuna;
Que no he visto llorar a los que quiero
Y en la tortura de mis negras noches
Solo con mi dolor me di por muerto!
1895
Francisco A. de Icaza