XXVI
LA VOZ EN EL JARDÍN
Como una blanca espada,
de golpe por mis ojos
clavó el dolor mi cuerpo.
Bajó por mí pisando en mis ruinas,
colonizando el campo de mi sueño.
Como un rayo de luz mojó
mi sangre su lágrima de fuego
y quedé iluminado, perseguido,
toda mi entraña abierta al nuevo dueño.
La heredera al dolor de mi locura
desató las corrientes de su ejército
y hallando ya mis ojos sin fronteras
mi plaza tomó en ellos.
Hoy canto con la flor de mi tristeza
oculta en el silencio:
¿para qué voy a entraren la alameda
si no llega a lo Eterno?
Emilio Prados