MACETA DE HORTENSIAS EN NUESTRA TERRAZA: CAÍDA
Fiel al mecanismo de la época en la que los narradores omniscientes
habitaban en cada personaje
ensayé la justificación: un balcón lleno de plantas
cultivando su propio idioma.
En él
con él
hablaba. No atendía a los consejos por teléfono;
nunca comprendí
las advertencias de los manuales de jardinería.
Pese a los genes que indicaban mi buena disposición
ante una maceta de hortensias en las peores condiciones,
no conseguí más que unos brazos de plástico negro y unos pechos como hortensias de color morado o violeta o azul sucio
cuando miento y respondo como si algo fuera bien.
Ninguna mujer se casa con sus plantas.
Ante el pulgón, dos únicos remedios: arrojar la planta a la basura
o cederla a mis mayores. En esta situación
—para el insecticida es tarde—
una madre sabrá cómo actuar.
Mientras tanto, en la casa, la mujer duerme.
El hombre
ya no está.
Elena Medel