MACETA DE HORTENSIAS EN NUESTRA TERRAZA: PULGÓN
Zarpa una flor desde Brasil hasta Francia,
y con su simbolismo condena a la mujer
que la riega en una maceta de plástico negro
asomada al balcón.
De haber escogido un jazmín o una begonia
para la terraza de nuestro piso de alquiler,
de haber atendido a la florista
—la han arrancado de su hábitat: por mucho que te empeñes, nada sobrevive en un clima al que no pertenece—
qué escribiría hoy
dónde viviría hoy
con quién sería.
Pero la hortensia es solo una flor.
Y los rastros del daño de la piel de la planta
dejan también su rastro de daño en las manos que la cuidan
aunque la hortensia sea solo una flor.
Porque cuando todo va bien
algo se mancha.
De modo que sí, que esto es el fracaso: una mota oscura y leve
sobre la piel,
más hebra de tizne que se marca cuando la yema del dedo insiste en ella
y se aferra en lugar de borrarla;
más hebra de tizne que lunar
como ningún libro explicó,
más mancha que hebra, que tizne o que lunar, más es.
Mientras tanto, en la casa, el hombre duerme.
La mujer
no.
Elena Medel