INDOLENCIA
¿De mi indolencia acaso
conoces el secreto?
¿Sospechas tú siquiera
lo que llevo aquí dentro?
Porque me ves tendido a la bartola,
saboreando el denso
humo de mi cigarro, distraído,
y con la vista lejos,
¿ya quieres contemplarme desde lo alto
de tu embrionario y mísero cerebro?...
¡Pobre bestia de carga
que conoces el látigo y el diestro!
¡Mulo de noria! Sigue
tu voltear eterno.
Echa sudor, jadea,
resopla como fuelle que infla el viento,
híspete luego y grita
que a fuerza de labor ganaste el pienso.
Truena de la justicia,
pon el grito en el cielo
porque también para mi pecho hay aire
y sol confortador para mis miembros.
Y en tanto te enronqueces
ponderando la gloria de tu esfuerzo,
déjame a mí vivir cuando me plazca
en la vida ultranoble del silencio...
¡No alcanzarán tus ojos,
por más que empines el menguado cuerpo,
a divisar la punta de las alas
del que vuele más bajo de mis sueños!...
Enrique González Martínez