EN EL ÁLBUM DE UNA SEÑORA
Dulce Madre y Señora,
Vuelve a la paz de tus tranquilos lares,
Como la blanca aurora
Que endulza los pesares
y luz derrama y esperanza a mares.
Ven, que llagada el alma,
Harto tu amiga voz echó de menos:
Torne a brotar la palma
Que en días más serenos
Nos vio a su sombra de pesar ajenos.
¡Oh! cuánto apetecía
El corazón rendido que te amaba
Ver tan alegre día;
¡Oh, cuánto el alma esclava
Por sus dulces cadenas suspiraba!
Al murmullo del río,
Al son, entre los árboles, del viento
En tierno desvarío
Pedíamos tu acento
Y a ti volaba el triste pensamiento.
El astro de esperanza,
Blanco fanal de nuestro oscuro cielo,
Reposo y bienandanza
Y júbilo y consuelo
Prometía tal vez a tanto anhelo.
¡Bendito su albor santo
Que tan hermosas horas nos brindaba,
Que en halagüeño canto
Las lágrimas trocaba
Y al amor de tus hijos te guiaba!
¡Bendito, sí, mil veces
Y siempre nuestros ojos ilumine
Y escuche nuestras preces
Sin que su luz decline,
Ni del ocaso al término se incline!
Y goza tú en buen hora
De tus dulces amados las caricias:
Tu estrella bienhechora
Al alma pida albricias
De un siglo de contento y de delicias.
Que si es amar la vida,
Si en el amar la dicha está cifrada,
¿Quién como tú querida?
¿Quién como tú esperada?
¿Quién como tú de todos deseada?
Enrique Gil y Carrasco