VISTA DE UNA GRANJA AL CREPÚSCULO
Por qué pintaron los grandes holandeses los paisajes
en que una granja recuesta su contorno sobre una bruma de oro
y una muchacha, de espaldas, da de comer feliz a las gallinas
mientras el sol se oculta, no en el horizonte, en la memoria.
Jamás hemos de verle a la muchacha el rostro,
las gallinas jamás se saciarán, confiadas, tercas,
erguido eternamente el cuello blanco, allá, remotas;
nadie abrirá la puerta de la casa nunca
ni nunca el viento arrancará una hoja de la encina.
Lunes y viernes, en cambio, van y vienen en mágicos tumultos,
y no es el mismo quien ayer miró la inmóvil fiesta de la joven
y el que hoy enreda en letra y letra su nostalgia,
no es el mismo.
Ella lo ignora: ni siquiera el leve movimiento de los hombros
con que el absorto espanta los ojos que lo turban
rompe la línea de su espalda. Podemos ya morir que no se entera
vuelta en sí misma, esparciendo los granos como estrellas,
y en sus labios, más bellos que soñados, invisible delicia,
el sabor del instante como un vino de oro.
Eliseo Diego