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LA OFRENDA TARDÍA

Tarde recibo el don de tu terneza,
pero aún pueden venir días serenos
en que podré llorar sobre tus senos
recién nacidos, toda mi tristeza.

¿Lo ves? Perdí en la vida mi riqueza
y no poseo ya bienes terrenos,
mas me resta en el mundo, por lo menos,
el tesoro ideal de tu belleza.

No habrá de ser nuestra aventura al modo
de esos amaneceres en que todo
es regocijo y florecer y canto,

más tarde de octubreñas languideces
llena de tierno y fugitivo encanto
de lo que no hemos de vivir dos veces.

Eduardo Castillo


«El árbol que canta» (1928)

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