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NUEVO CANTO A ESPAÑA

Lorquiana del poeta que busca a Carmen.

Cuando me dijeron: —Carmen—
se me cerraron los ojos
y el pensamiento llanero
se volvió jinete moro.

Crucé la mar en un salto,
pasé por Cádiz sin rienda…
con riendas moras pasaron
Jereces de la Frontera.

La sierra de algodonales
va en su jaquilla de nieve
—crin de palmas y alelíes
y cola de Guadalete.

Al dos y dos de la jaca
se abren Morón y Utrera
y el clavel doble de Triana
en la nariz se revienta.

Triana a lo largo y lo ancho
y Puente y Torre del Oro,
San Gil del lado cristiano
y Giraldillo, del moro.

Queda a la vera el Alcázar
y la araña del aroma
enreda la Morería
y hace el velo de Susona.

Un traidor trajo a los moros.
Por calles, puentes y plazas,
obreros y cigarreras
íbamos pidiendo armas.
Pero el traidor bien sabía
que otro traidor lo esperaba.
Queipo del llano juró
por su cuerpo y por su alma,
que los moros no verían
Alcázares ni Giraldas.
Yo lo esperé en San Bernardo
con todas mis milicianas;
mostrome una faca de oro,
cuando me tuvo en sus manos
me hirió en el pecho y la espalda.

Búscame la trenza negra,
pegada a la sien caliente,
con brillo de anca de jaca
y goteando tres claveles;
búscame el ojo de tinta,
la boca de puñalada,
la voz de noche es espera,
la piel de tabaco en agua.
Nada me dejó el traidor,
el vil no me dejó nada,
pero la sangre retoña
y el clavel de nuevo sangra.

Calle arriba, por Santelmo,
frente a la Tabacalera:
quedó la jaca sudando
y el jinete está a la puerta.

Las cigarreras se van
—¡Carmen!— la llamo entre sueños
y a mi lado: —¡Carmen! ¡Carmen!—
la llaman veinte viajeros.

—¡Carmen! —se detiene un grupo;
las cigarreras se van:
una queda junto a mí.
¿Carmen? —Carmen—. Aquí está.

Pero aquí está, casi muerta,
blanca y vaga, brisa blanca:
del navajazo torero
no quedó tan desangrada.

—¿Dónde se te fue la sangre?
—¿Dónde se te fue la brasa
que entre el clavel y las venas
te subía y te bajaba?
—El traidor Queipo del llano
me hirió cuando lo esperaba.
Él venía con mis hombres
de olivar y de montaña.
Me dijo que me traía
un fusil y ochenta balas
para marchar contra el moro
que venía contra España.

Los milicianos leales
ya vienen por las montañas,
por San Juan de Aznalfarache
neblinan polvos de jaca;
espero una faca de oro,
un fusil y ochenta balas.
Las balas para los moros
y para el traidor, la faca.

Aquí lo estoy esperando
con cigarrera y gitana,
banderilleros de fuego,
picadores de esmeralda,
Sangiles y Sanbernardos.
Santacruces y Eritañas.



Andrés Eloy Blanco


«La Juanbimbada» (1960)
Los testimonios


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