HOSTERÍA
Sale al camino, gritando,
con largos gritos de arriero
y el desayuno en las manos,
Sale al camino, lavada
peinándose enredaderas
y en el cogollo del grito
la flor abierta del llar.
Sale al camino, con jaulas,
la hostería de camino
remecida de campánulas.
Falda blanca, la casita,
y boina colorada;
ventana comiendo azul,
uvas cazadoras de agua.
El viajero trae los ojos
firmados de poblaciones
y rubricados de ríos.
Cuando ella le da la mano
le prende al ojal la flor
de aliños de la cocina.
Mesas de pino encerado
vestidas de blanco y rojo,
sillas sin amigos viejos.
Lleva la flota de mesas,
izado el humo en las sopas.
Se cruzan entre viajeros
hilos de rumbos distintos,
mallas de caminos nuevos.
Surcada de itinerarios
toda la casa se enreda,
la hostería va empatando
su encaje de araña vieja.
En la ventana con tiestos
conversan los dos ancianos
que llegaron para siempre.
La hostería cierra el puño
y junta por un momento
hombres con cincuenta rumbos.
Cuando ella abra la mano
se romperá una colmena.
De la cocina ha llegado
la niña de la hostería.
Se siente en todos los ojos
partirse en dos el camino.
Van saliendo los viajeros,
la niña les da los ojos.
La niña de la hostería
hace un viaje de heliotropo.
Andrés Eloy Blanco