PARÁFRISIS DEL POETA
Llaman locura este anhelo de amar el azul lejano,
llaman locura este goce de hacer bendito el dolor.
Si yo soy como el jilguero, nuestro musical hermano,
que aprisionado entre rejas es como canta mejor.
Jacinto Fombona Pachano
Estoy releyendo ahora tu carta a Rodolfo, y quiero
decirte que hay una estrofa que me ha puesto soñador,
que es aquella donde dices: «Si yo soy como el jilguero,
que aprisionado entre rejas es como canta mejor».
Con un poco de alegría y otro poco de egoísmo
y al decir del padre Hugo, me he sentido au fond du trou,
porque pienso que esa estrofa debí escribirla yo mismo,
pero me queda el consuelo de que la escribiste tú.
Y así como en el Misterio que todo lo relaciona,
la glosa de la sirena resuena en el caracol,
escribo estos comentarios para Jacinto Fombona,
que es un pífano de plata bajo una puesta de sol.
«Si yo soy como el jilguero...» No entre rejas, entre muros
hay que guardar este niño que goza en su oscuridad…
¡Cómo se acaba el encanto de los senderos oscuros
cuando en un brusco recodo se encuentran con la ciudad!
Guarda el niño que en tu pecho da un gozo de cien campanas;
de los incontaminados será el futuro laurel;
mientras pasa la ventisca, cerremos nuestras ventanas,
aunque el que pase no sepa que hay un rincón para él.
Sé sincero cuando veas que tienes claro el sendero,
pero si vas entre sombras aprende a disimular;
a nosotros nos formaron en la escuela del llanero,
que va por la tierra firme como quien va por el mar...
Nunca te des por entero; da la mitad en el grito.
Vive puliendo el milagro de tu gran poema en ti.
¡Qué hermosos son nuestros versos antes de haberlos escrito
y cómo, al darles la forma, los mutilamos así!
Y luego, los que nos leen: el señor que «gana plata»,
la verborrea del crítico que nunca hiló un madrigal,
la señorita que un día decidió ser literata
y uno que «sabe de versos» porque va a El Universal.
Deja ver de los extraños la mitad de tu alegría,
deja ver de los extraños un punto de tu dolor;
mi verdadero poeta nunca vio la luz del día
¡porque si le abro la jaula, me matan mi ruiseñor!…
Por eso, porque no quiero darme al primero que pasa,
por eso algunos señores me llamaron cerebral;
ésos son los que se pasman viendo el frente de una casa,
pero como está cerrada nunca pasan del portal.
Pero lo que ignora el otro es que mi emoción es mía;
lo que a mí me desazona, para él no tiene valor;
la caída de una piedra, para mí tiene armonía;
para él es sólo el perfume lo que vale de la flor.
Yo no emociono al que venga desde su punto de vista;
el llanto de mis estrofas nunca bajó hasta el papel.
Lo más bello de la Obra se queda con el Artista
y si otro no me comprende yo no lo comprendo a él.
¡Qué vamos a comprendernos, si tomamos dos caminos
que unidos en el arranque se unirán en el final:
él echó por los rosales y yo eché por los espinos,
pero él espinó las rosas y yo florecí el zarzal!...
Ellos no saben que tienen todas las cosas pequeñas
un indecible secreto para mi sola emoción:
la yerbecilla que guarda su verdor entre las peñas,
como un amor que en el alma se ha quedado en un rincón…
Cuántas veces para ellos llega como un importuno
lo que a ti te da una noche de continuo cavilar:
esa palabra perdida que no interesó a ninguno
y esos dolores pequeños que a nadie hicieron llorar.
¿Comprenden ellos la pena de secarse una cascada?
¿Comprenden ellos acaso la trascendente virtud
de unos ojos sin cerrarse, frente a una vela apagada
y un reloj que da una hora mientras sale un ataúd?
Ellos no sienten la pena de las dos de la mañana,
cuando entramos a una calle, buscando un fugaz placer,
y de pronto, por el hueco de alguna pobre ventana
llega a nosotros un ruido de máquina de coser...
Ellos no ven ciertas cosas que amarran mi fantasía:
el concepto que los ciegos deben tener de la luz,
la frase de amor primera que José dijo a María,
lo que cantaba María para dormir a Jesús…
Por eso, frente a los hombres, ten algo de prisionero,
entre sus paredes nada le falta a mi ruiseñor;
ya ves como él ha escuchado la gloria de tu jilguero,
«que aprisionado entre rejas es como canta mejor».
Frente al hombre… ¿Y las mujeres? Ellas abusan un poco
porque saben que sin ellas no hay razón para vivir;
nos acusan de hermetismo… pero es preciso estar loco
para decirles las cosas que no se pueden decir...
Si «no cabe lo que siento en todo lo que no digo»,
como en su copla de oro dijo Pedro Calderón,
la que quiera conocerme tiene que dormir conmigo
para que oiga a media noche cómo late un corazón.
Yo no les pido a los hombres que vivan mi misma hora,
yo no pido a la bocina la glosa del caracol,
yo sólo quiero pedirles lo que me han dado hasta ahora:
que me dejen el derecho de calentarme en el sol...
Mientras tanto, las sirenas existen en lo profundo,
por más que nunca existieron para quien no oye su voz,
y hay fresco por la mañana, que es el suspiro del mundo
y hay rosas en el poniente, que es la sonrisa de Dios…
Y nada podrá quitarnos el canto de tu jilguero,
nada habrá porque renuncie mi ruiseñor a cantar,
mientras vamos transitando por la senda del llanero,
que va por la tierra firme como quien va por el mar...
1923.
Andrés Eloy Blanco