A UN ÁRBOL VIEJO
¡Oh árbol que te elevas de tu asiento
A tan inmensa altura,
Tú tienes por dosel el firmamento,
Por peana la espesura!
Aunque enseñas del tiempo las escamas,
Vida y vigor te quedan,
Y desde tu raíz hasta tus ramas
Verdes lianas se enredan.
Tus nudosas raíces han salido
Entre hirsuta maleza;
Y llevas encerrado, comprimido,
Un siglo en tu corteza.
Y en tus hojas, inmenso rey del monte,
Gigante centenario,
Vuelan las aves todas, el sinzonte,
La mirla y el canario.
Tú que has visto el relámpago brillante,
Hijo del trueno ronco,
En el cielo brillar, y agonizante
Morir sobre tu tronco;
Tú que has visto bajar de la montaña
El ventarrón deshecho,
Y lanzarse después con fiera saña
Contra tu rudo pecho;
Y has oído bramar las tempestades
Y retumbar el trueno,
Y has visto el cielo roto en claridades,
Impávido, sereno;
Y tú que hasta del hombre has resistido
Los temibles hachazos,
A las aves del bosque das un nido
En tus musgosos brazos.
Y así como un gigante que meciera
Con paternal cariño
Y entre sus fuertes brazos adurmiera
Un delicado niño;
Así también con majestad alojas
En tus ramas perdido,
Arrullándolo al ruido de tus hojas,
Un blando y tierno nido.
Diego Uribe