LA FAENA
Viéndome, en lento caminar y en vértigo
no obstante por el áureo corredor
hacia la orilla donde al fin se para
el tiempo y llega aquél, aquel sin límites
que da la espalda al porvenir y gira
sonriendo a la miríada naciente
como hace el corazón ante el invierno
y por un segundo y frente a frente
contempla lo desnudo entre las ramas
con muda admiración para después
asegurarse en la canción extraña
de un ave loca que susurra algo
sobre un temblor de hojas o un latido
en el vacío seno del invierno
veo cerrar al enemigo tiempo
las puertas a los héroes finalmente
mortales y disueltos en el fuego
de efímeras victorias, llora Aquiles
a Patroclo y se llora por saberse
él también un mortal, no torcerá
la espalda de aquél que nos espera
junto al río más sombrío y viéndonos
por un momento ve a nuestros hijos
y los hijos de sus hijos cuando el otro
no el campeón ni el dios sino el rapsoda
hambriento y satisfecho en sus harapos
nos da la bienvenida en el estrecho
corredor donde baila esa última
luz extraordinaria y no sabemos
decir si acorralada o liberada
pareciera invitarnos a una fiesta
de alianza con el bello perdedor
¿que es el tiempo menor o es Aquiles
emergiendo en la dulce sangre propia
que llora lo perdido y lo tenido
para siempre aunque sólo en esa forma?
y busca un centro o la guiñada esquiva
del menor harapiento que le diga
te ha tocado lo mejor haciendo
a su medida como a la medida
de un infinito dios el resplandor
del presente que brilla sólo de ese
modo por caminar sobre la cuerda
de la muerte y el geniecillo todo
en oro inmerso de la luz de otros
gastada en la alegría de ser por un
momento viéndose en el vórtice o
no viendo ya, se une a los balidos
de corderos que entran por el brete
al tremor del magnífico concierto
ya se hizo la faena, no vemos nada
Diana Bellessi