HOMBRE
Hombre,
gárrula tolvanera
entre la torre y el azul redondo,
vencejo de una tarde, algarabía
desierta de un verano.
Hombre, borrado en la expresión, disuelto
en ademán; sólo flautín bardaje,
sólo terca trompeta,
híspida en el solar contra las tapias.
Hombre,
melancólico grito,
¡oh solitario y triste
garlador!: ¿dices algo, tienes algo
que decir a los hombres o a los cielos?
¿Y no es esa amargura
de tu grito, la densa pesadilla
del monólogo eterno y sin respuesta?
Hombre,
cárabo de tu angustia,
agüero de tus días
estériles, ¿qué aullas, can, qué gimes?
¿Se te ha perdido el amo?
No: se ha muerto.
¡Se te ha podrido el amo en noches hondas,
y apenas sólo es ya polvo de estrellas!
Deja, deja ese grito,
ese inútil plañir sin eco, en vano.
Porque nadie te oirá. Solo. Estás sólo.
Dámaso Alonso, 1944