A PIZCA
Bestia que lloras a mi lado, dime:
¿Qué dios huraño
Te remueve la entraña?
¿A quién o a qué vacío
Se dirige tu anhelo,
Tu oscuro corazón?
¿Por qué gimes, qué husmeas, qué avizoras?
¿Husmeas, di, la muerte?
¿Aúllas a la muerte,
Proyectada, cual otro can famélico,
Detrás de mí, de tu amo?
Ay, Pizca,
Tu terror es quizá solo el del hombre
Que el bieldo enarbolaba,
O el horror a la fiera
Más potente que tú.
Tú, sí, Pizca; tal vez lloras por eso
Yo, no.
Lo que yo siento es
un horror inicial de nebulosa;
o ese espanto al vacío,
cuando el ser se disuelve, esa amargura,
del astro que se enfría entre lumbreras
más jóvenes, con frío sideral,
con ese frío que termina
en la primera noche, aún no creada;
o esa verdosa angustia del cometa
que antorcha aún, como oprimida antorcha,
invariablemente, indefinidamente,
cae,
pidiendo destrucción, ansiando choque.
Ah, sí, que es más horrible
infinito caer sin dar en nada,
sin nada en que chocar. Oh viaje negro,
oh poza del espanto:
y, cayendo, caer y caer siempre.
Dámaso Alonso, 1944