IV
Rechinan dos carretas contra los martillos
hasta los lagrimales trifurcas,
cuandonunca las hicimos nada.
A aquella otra sí, desamada,
amargurada bajo túnel campero
por lo uno, y sobre duras ájidas
pruebas espiritivas.
Tendime en són de tercera parte,
mas la tarde —qué la bamos a hhazer—
se anilla en mi cabeza, furiosamente
a no querer dosificarse en madre. Son los anillos.
Son los nupciales trópicos ya tascados.
El alejarse, mejor que todo,
rompe a Crisol.
Aquel no haber descolorado
por nada. Lado al lado al destino y llora
y llora. Toda la canción
cuadrada en tres silencios.
Calor. Ovario. Casi transparencia.
Háse llorado
todo. Hase
entero velado
en plena izquierda.
César Vallejo