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CANTO A LA PATRIA
EN SU PRIMER CENTENARIO

Sobre la Patria un siglo
Rodó, en un fluctuar de sombra y lampos;
En las almas y campos
La Paz serena su fulgor derrama.
Ya a la joven nación el mundo aclama;
Y viendo hervir en torno
Feliz y palpitante muchedumbre,
La generosa mano al mundo tiende,
Y ágil y fuerte, asciende
De su destino a la eminente cumbre.

La fecha redentora
Relumbra como un sol en nuestra mente,
Y en nuestro corazón brota sonora
Onda de amor en férvida corriente.
Hoy que la Patria en mi cantar se mira,
Sólo el oro del alma hasta ella eleve:
Cuando en lengua ideal le habla la Lira,
No vano incienso, la Verdad le debe.

Cien años ha que a larga lid gloriosa
Esta alma tierra se arrojó valiente,
Y surgió de ella soberana, hermosa,
Tremulante el laurel sobre la frente.
Hija de la Victoria,
Émula digna de la hispana gloria.
Por montes y por llanos
Lanzó sus fulminantes batallones,
En combatir, leones,
Y en el instante de vencer, hermanos.
Y Dios besó su frente;
Y un himno inmenso resonó en la esfera;
Y el cielo hondo y sereno
Desprendió de su seno
Ráfaga azul, de sol resplandeciente,
Para tejer su virginal bandera.

Luego en internas luchas encendida,
Enhiesta o abatida,
La selva atravesó, áspera y fuerte,
Que a hombres y naciones
Desvía en el camino de la vida,
Con bramidos de muerte
Cerrado por panteras y leones.
Respirando ya ambiente más sereno,
Abrió hondo surco a la labor fecunda,
Y con presagio de venturas lleno,
Que en la verdad y en el amor se funda,
Hoy a los hombres muestra,
Brindándoles su seno,
Más noble espada en la robusta diestra.

Nuestros héroes así la vislumbraron
En sus sueños de amor y de ventura,
Rica en clara hermosura,
Cuajado el vasto suelo en mieses de oro.
Así Moreno, espléndido meteoro,
Belgrano, el noble y puro,
A quien el alma floreció en la mente
Y de astros recamó su cielo oscuro;
Rivadavia el vidente,
Y aquel grande entre grandes,
Que sobre su corcel saltó los Andes,
Y en tromba al Ecuador, pueblos redime;
y consintiendo en que el supremo lauro
Al glorioso rival la sien corone,
Como en solemne ocaso el sol se pone,
Callado se hunde en soledad sublime.

Pero ¡cuántos dolores, Patria mía.
Despedazaron tu materna entraña!
¡Cuánta pérfida saña,
Y furia devorante,
Nublar hicieron tu gentil semblante!
Sobre todos Facundo se alzaría.
Tigre de sangre sin cesar sediento,
Si no hubiese uno solo, aun más cruento,
Nacido en negro instante
Para manchar el esplendor del día.

Sobre el potro las pampas le abortaron
Al ulular de la anarquía obscura:
Alma más torva y dura
Nunca allá los abismos engendraron!
Entre muerte y traición feroz se agita;
La luz, lo azul le irrita,
Cual si en espasmos de funesto olvido,
Fundiera en él natura
Al bufón, al demente y al bandido.

Helado el pensamiento
Vaga por esos tenebrosos días,
Cual por calles desiertas y sombrías.
Do con voces de muerte zumba el viento.
Volcose en ruina inmensa
Cuanto es del mundo salvador tesoro;
Puñal blandió el Poder en vez de espada:
Viose en duelo el amor, roto el decoro,
Y la virtud proscrita o degollada.
En desborde feroz la humana escoria,
Muda la escuela, profanado el templo,
¡Fue aquella edad el más siniestro ejemplo
De la orgía del crimen en la historia!

Mas al fin huracanes vengadores
Limpiaron nuestro cielo
De ese asfixiante nubarrón de horrores
Que al sol de Mayo oscureció en su velo.
Y cuando en lid hirviente
El bronce de Caseros tronó airado,
Y nos volvió los dioses tutelares.
Pálido y tembloroso, el Execrado
Huyó a esconderse tras los vastos mares.
Roto el muro sombrío
Que muertas estancó bravas corrientes,
Rugiente olaje sacudió el navío;
Pero el rosal de las excelsas mentes,
Entre lumbres de aurora,
Descollar vio al Patricio soberano
A quien en duelo aún la Patria llora,
Y que, piloto en la borrasca experto,
Supo con fuerte mano
Llevarla en triunfo a jubiloso puerto.

Ya en cimiento granítico asentada,
¡Oh Patria! enamorada
Te besa el aura pura
Que con las orlas de tu manto juega,
Y en ti volcando toda su hermosura.
Naturaleza de esplendor te riega!
Sombra te dan tus bosques seculares,
Fragancia tus jardines,
Y cantan en tu seno y tus confines
Tus grandes ríos, los solemnes mares.
La pampa, inmensidad que un mundo espera,
Símbolo de infinito, en ti se tiende;
El Andes te corona;
Y la celeste esfera.
Ebria de azul, para mirarte enciende
Todo el fulgor de su radiante zona!

En tu ascensión dichosa,
Honda sed de progreso tu alma inflama,
Y en tus costas, de gente varia y briosa
Un aluvión sonoro se derrama.
Ya con creciente estruendo oírse dejas
Un rumor incesante de talleres,
Y se mezcla a la espiga áurea de Ceres,
Rico vellón de innúmeras ovejas.
Tierra de redención, el inmigrante,
Que en su terruño escueto
Vivía, ya olvidado de ser hombre,
A misérrimo afán siempre sujeto,
De nuevo empuje armado.
Halla en tu suelo libertad, respeto,
Y pan, y hogar, y un porvenir y un nombre,
En los revueltos surcos de su arado.
Y ya dueño de sí, fuerte y tranquilo
En el modesto asilo
Que levantó con manos paternales,
¡Cuál le enjuga el amor la húmeda frente,
Mientras pace el rebaño en la pradera,
Y ríe la esperanza en los trigales,
Donde, al soplo del viento, brotar siente
Como un fresco rumor de primavera!

Oculto, empero, entre infinitos dones
Cruel peligro te acecha:
Ver tu gran tradición caer deshecha,
Decoro señorial de tus blasones.
La savia que da al árbol su esmeralda,
Y su armoniosa copa al cielo eleva,
Y entre sus ramas prende
El sazonado fruto y la flor nueva,
De la raíz asciende.
Tu cuño y verbo victorioso imprime
En el viviente enjambre que hoy te estrecha
En abrazo fecundo,
Y en ti afirmando tu gloriosa raza,
Tu propio íntimo ser salva y redime,
Y tus armas embraza
Para avanzar a recibir al mundo!
No dañarás a tu genial riqueza,
A una visión más alta de la vida:
Cinta de agua nacida
En la montaña, se acrecienta en río;
En dilatado, curso copia ufano
Nuevos cielos y campos, nuevo ambiente;
Mas una misma es la veloz corriente
Que va desde la fuente al oceano.

Ni con sórdido anhelo
Conviertas en mercado tu palacio;
Flote allá en los abismos del espacio
De lo ideal el transparente velo.
La vulgar opulencia
Que los trofeos de la vida ignora,
Secos y tristes ídolos levanta,
Y con estéril pompa los adora.
¡Depura el común zumo en rica esencia,
Guarda la sacra llama en ti encendida,
Y despliega en los siglos tu existencia
Fructificando en trascendente Vida!

Y no olvides que nada hay noble y grande
Sin la velada voz de lo Infinito,
Y que el eterno grito
De la angustia mortal, en Él se expande.
Reinen en ti serenas la Fe augusta,
Y la espada leal, la ley severa:
Doquier su voz no impera.
Desata el crimen su furor salvaje,
Y vil codicia, delirante encono,
Corrupción o pillaje,
Aullando suben a infamante trono.

Al trabajo, al saber, tus magnas puertas
De par en par abiertas.
Giren severas en su fuerte quicio,
Cuando impudente vicio,
O las violencias de la humana fiera,
Que responde con muerte al beneficio,
Hacia ti tiendan su ominoso vuelo,
Negra en sierpes la hirsuta cabellera.
Para manchar y envenenar tu suelo!

¡Salve, oh Madre, en tus sagrados días!
De tus hijos acepta la áurea ofrenda;
Tu magnífica senda
Pueblen sin fin venturas y armonías!
Reverentes postrados a tus aras,
Nuestro inefable amor te consagramos,
Y aclamarte anhelamos
Templo de la Belleza y de la Idea,
En donde el himno de su fe se eleve;
¡Y que al ungirte, eterna, la Victoria,
La Justicia, que en Dios los orbes mueve,
Te inspire siempre, y sea
La irradiación suprema de tu gloria!

autógrafo

Calixto Oyuela


Calixto Oyuela

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