ELEGÍA A GONZALO ESCUDERO
Escultor del aire: cobra tus cinceles
en el taller eterno.
Esculpe la estatua de la luz suprema
la estatua del tiempo
en tu alto retiro, mirador celeste.
Artífice sumo, talla los luceros,
da forma a la espuma,
¡oh dueño y señor de un mundo impalpable
de alas musicales y de encantamiento!
Domador azul, a tu voz las fieras
sueltas del idioma
acudían mansas a ocupar su sitio.
Mago de palabras cambiadas en rosas.
Decías «jardín»: se poblaba el mundo
de pájaros, flores y fuentes sonoras.
Escuchar sabías la celeste música
con tu oído puro de cazador de sombras.
Señor de la nieve,
del preclaro armiño
del ave y la espuma,
de todo lo angélico,
de toda la albura,
exploraste el cielo, mas también la cueva
de la muerte oculta.
La luz de tu frente
alumbró la entrada de la Mansión Única
del taller eterno en donde las nubes
servirán de mármol para tu escultura.
Jorge Carrera Andrade