EL MENDIGO
Y las fiestas
Y el contento
Con mi acento
Turbo yo.
Espronceda
I
De invierno era noche. La luna bañaba
con luces divinas su casto ropón;
el éter cerúleo su toldo bordaba
de estrellas temblantes de tenue fulgor.
Con hilos de escarcha tejió el horizonte
un lienzo precioso de blanco ormesí,
que en nieve trocaba las crestas del monte
y en líquido aljófar del campo el tapiz.
Todo era silencio. Ni un ave medrosa
turbó con su canto la triste quietud:
allá en lontananza se veía una choza
de hoguera brillante fumífera luz.
Al pie de un encino, al que hace pedazos
sus frondas resecas el soplo invernal,
las hebras de nieve dejando en sus brazos,
y témpanos duros de limpio cristal.
Descansan dos seres de aspecto humildoso,
¡exóticas hierbas de extraño plantel!
un pobre mendigo que vela afanoso
el sueño a una virgen, mendiga también.
Los viles harapos, la turbia mirada,
la barba canosa, la histérica faz,
el cuerpo inclinado, la frente rugada
del viejo, revelan su agudo pesar.
A la que se duerme vestida en el suelo
su brazo le sirve de almohada esta vez;
el cándido rostro le cubre su pelo,
el rostro que baña mortal palidez.
Su talle que celos causó a las ondinas,
lo arropan girones de burdo sayal;
la sangre enrojece sus plantas divinas
que en luengo camino llegáronse a hinchar.
«Dime: ¿por qué sufres, niña
desgraciada?
¿por qué el infortunio tu cuna meció?
¿por qué secó el hambre tus formas de hada
y llanto salobre tu faz escaldó?
¿Eres azucena crecida entre abrojos?
¿paloma que trajo misión de llorar?
¿ó ángel que Cristo miró con enojos
y vienes sin culpa, al mundo a penar?»
Así habló el anciano: sus nervios crispados
moviólos un fuerte, convulso temblor;
entonces sus ojos sin luz, empañados,
brillar un momento los hizo el dolor.
Separó del rostro con mano amarilla
de su hija el cabello sedoso, sutil;
besó de la virgen la flaca mejilla,
volvió con la crencha el rostro a cubrir.
Clavó en las estrellas la vista indignada,
los puños con ira temblante cerró,
y puso en la joven después su mirada,
y plática triste consigo entabló.
II
Duermes en sueño profundo,
duérmete, ángel de dolor,
que mendigos por el mundo
vamos errantes tú y yo,
como ecos en las montañas,
corno secas espadañas
a merced del vendaval;
como dos plumas caídas,
como dos olas perdidas
sobre borrascoso mar.
Todo calla. No se mueve
ni la luna en el zafir,
bajo sábana de nieve
parece el orbe dormir.
Cuan dichosos los pastores
que tal vez hablan de amores
al calor de aquella luz;
sólo yo, pobre mendigo,
me hallo sin pan, sin abrigo,
en horrible senectud.
Yo que de oro, de placeres,
otro tiempo disfruté,
y entre amigos y mujeres
años felices pasé;
yo que a nadie respetaba,
que de todo me burlaba,
porque grande me creí;
ahora viejo, miserable,
pobre harapo despreciable,
todos se burlan de mí.
Yo que en batalla tremenda
con imponente quietud,
vi de la metralla horrenda
brillar la siniestra luz.
y en débil barco indefenso
afronté del mar inmenso
la iracunda tempestad;
hoy de puerta en puerta plaño
y hasta de un niño el regaño
me hace ¡cobarde! temblar.
Canto excelso de victoria
con voz robusta entoné,
y obtuve lleno de gloria
un renombre... ¿para qué?
¿si me llaman hoy mendigo,
si a la humanidad hostigo
con mi constante pedir?
¿si cual de réprobo inmundo
sin semejante en ei mundo
huye la gente de mí?
De mí, que de los salones
era el orgullo, la luz,
y en espléndidas reuniones
derramé la beatitud.
Hoy si muerto de hambre llego
donde hay baile, bulla, juego,
y les grito: Socorred
al desgraciado, mi plaga
en áurea copa que embriaga
es una gota de hiel.
¿Qué se hicieron las brillantes
horas de felicidad?
las mujeres incitantes
los amigos ¿dónde están?...
fue fantasma que risueño
a través de torpe sueño
mis sentidos fascinó;
fue meteoro refulgente,
que en un cielo transparente
para apagarse brilló.
Áurea imagen de vapores,
sueño brillante de ayer,
lindas sombras de colores
con las que yo deliré;
recuerdos de nuestra gloria
que torturan la memoria
del pordiosero infeliz;
marchad, placeres perdidos,
fantasmas de fuego, idos,
idos, fantasmas, de aquí.
Hoy mendiga el que antes daba,
y se humilla el que humilló,
que el mundo que le adulaba
de desprecio lo cubrió;
y al morir sus ilusiones
devoró las decepciones
de la infame ingratitud,
y en su camino de abrojos
le hace postrarse de hinojos,
de su miseria la cruz.
De cuánta dicha inefable
me hizo la suerte gozar;
pero la suerte mudable
y pérfida, como el mar,
trocó mi orgullo en flaqueza,
en miseria mi riqueza,
mi placer en expiación.
Hoy, devorado de hastío,
hambre tengo, tengo frío,
tengo luto y maldición.
Sombras de oro que abrillanto
con mis lágrimas, ¡huid!
porque si os miro me espanto
de mi existencia infeliz.
¿A qué un inslante la mente
os acariñe ferviente
venís en loco tropel?
¿Así irritáis la memoria
vagos fantasmas de gloria
para marcharos después?
Dejadme en triste destierro
sin amigos, mendigar,
y recibir como perro
un vil mendrugo de pan.
Mendrugo que yo devoro
empapado con el lloro
que brota del corazón,
y... ¡piensan todos en tanto
que es de gratitud el llanto
que arranca la indignación!
Al mendigar miserable,
como sin alma me ven
y que harapo despreciable,
mi orgullo de hombre dejé;
mal conoce el que se engaña
todo el veneno que entraña
un corazón infeliz.
Es mi eterna pesadilla,
a quien una vez me humilla,
humillarlo mil y mil.
¿Por qué a la suerte le plugo
mi soberbia mancillar?...
¡Oh! isi pudiese el mendrugo
devolver al que lo da!
¡Si me viese en un momento
joven, fuerte y opulento
para saciar mi rencor,
feliz entonces muriera,
que yo por vengarme diera...
de mi hija la salvación!»
III
«¿Mi hija?... ¡no!... ¡loca demencia!
infortunada criatura,
bastante es tu desventura
con deberme la existencia.
Flor de blanca transparencia
cuyo purísimo seno
está de lágrimas lleno;
mañana tal vez la ola
del ábrego, tu corola
arrastrará por eí cieno.
Triste imagen de la muerte
¡infeliz! te ha puesto el hambre,
y débil como el estambre
ya no puedes sostenerte.
¿Para penar de esta suerte
de los cielos descendiste?
antes de nacer ¿qué hiciste?
¿qué sufres con un mendigo
de su pasado el castigo
que tú nunca mereciste?
Dios a vagar por el mundo
te condena, pura ninfa,
como la diáfana linfa,
que corre entre fango inmundo.
Mas del nejo moribundo
si la vida se derrumba
y entre los dos una tumba
pone inflexible el destino,
aislada en el torbellino,
¿qué harás cuando yo sucumba?
Tus labios, tal vez mis ojos
cerrarán, virgen preciosa,
tal vez tú al hacer la fosa
para inhumar mis despojos
lanzarás, hija de hinojos
ayes mil que el alma esconde,
y al ver que nadie responde
tomarás por compañero
mi bordón de limosnero
para ir... ¡qué sé yo adónde!
¿Qué porvenir se te espera
si el hambre tu orgullo abate?
quizá lúbrico magnate
con su oro te hará ramera.
Y aunque pobre limosnera
serás su amanle, en seguida
te dejará envilecida,
y tendrás, hija, que ser
vaso inmundo de placer,
flor de todos escupida.
Si desde la excelsa cumbre
del pudor, al precipicio
ruedas, y de infando vicio
ardes en la horrible lumbre,
trocarás en podredumbre
tu pureza virginal;
un torcedor infernal
te matará, desgraciada,
y morirás devorada
de lepra, en el hospital.
Tan horrorosa pintura
me hace el corazón pedazos,
mejor te ahogo en mis brazos:
¡muere!... ¡pero muere pural
Que de mi infame locura
venga el patíbulo en pos;
no hemos de sufrir los dos,
aunque execren mi memoria:
vete sin mancha a la gloria,
¡magüer me condene Dios!»
IV
Al decir esto, solloza
y estrecha convulsamente
el cuello de la inocente
que al pie del árbol reposa.
Ella siente en su garganta
la opresión, deja el letargo,
arroja un ¡ay! muy amargo
y rápida se levanta.
Con dulce rostro patético
a su anciano padre mira,
y su padre la retira
v corre loco, frenético.
y se golpea el corazón,
y al ciclo eleva los ojos.
Y después cae de hinojos
y grita: ¡perdón!... iperdón!
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . .
V
Del ígneo sol sublime brillaron los fulgores
los gélidos carámbanos su lumbre destruyó,
abrieron sus corolas de púrpura bs flores,
su cántico mandaron al tul los ruiseñores
de Febo saludando el rostro bienhechor.
Ya no triste neblina el horizonte empaña,
del cerro se descubren los riscos de coral,
el césped reverdece, revive la espadaña,
y brincan las ovejas con gusto en la montaña
y marchan los pasiores con gusto a trabajar.
Está radiante el cielo, preciosa la natura,
y todo ya parece al mundo sonreír:
extiende el campo rica alfombra de verdura,
y de perfume llena el aura que murmura,
jugando da sus besos al nardo y alelí.
En tanto se divisan en densa lontananza
a nuestros dos mendigos un monte traspcner:
el pobre viejo débil en su blago descansa
y sigue silencioso, sin fe ni venturanza
su marcha por el mundo, maldito para él.
VI
Seguid, seguid viajeros desdichados
por el yermo fragoso de la vida,
que todos, cual vosotros, desgraciados
tenemos alma por la pena herida.
y con los ojos de llorar cansados,
con la esperanza de placer perdida
y con el mundo en perdurable guerra,
todos vamos mendigos por la tierra.
Antonio Plaza Llamas