DUERME, NIÑO
A mi hijo Edmundo
Como el alma enajenada
En su calma lisonjera
Sólo venturas espera
Con inocente inquietud.
García Gutiérrez
I
Niño de blondos cabellos,
süaves como la sonrisa
del querub,
que para jugar con ellos
descienda mansa la brisa
del azul.
Tienes la faz agraciada
brilla en tu frente preciosa
el candor,
y tu boca inmaculada
húmeda es, cual de la rosa
el botón.
Niño que en lecho de piedra
duermes en sueño profundo,
muy feliz;
feliz, porque no te arredra
lo que tienes en el mundo
que sufrir.
Duérmete en dichosa calma,
niño, puro cual celaje
del Edén,
duerme hoy sin que en el alma
venga el pesar su brebaje
a verter.
¿Sonríes?... ¡Estás soñando!
¡Quién nunca esos sueños supo
explicar!
¿Sueñas, di, que estás jugando
de angelitos con un grupo
celestial?
II
Feliz tú que, durmiendo sin dolores,
ves quizá suspendidos
en gasa de vapores,
abrillantados ángeles vestidos
de un iris virginal con los colores.
Porque al primer albor de nuestra vida
en el alma inocente
la ventura se anida,
Y preciosa guardamos en la mente
de azul y grana la ilusión teñida.
III
Cuán grata en la edad del crimen
y cuán triste es la memoria
de aquella bendita historia,
amarga, porque se fue.
Nuestra venturosa infancia
donde la inquietud no cabe,
porque uno entonces no sabe
si es venturoso o no es.
Sin duda el Rey de los reyes,
con inefable cariño,
para ver al primer niño
en el cielo se inclinó;
y al mirar que en la inocencia
hay goce tan sin segundo,
dejó el cielo y vino al mundo
niño también el Señor.
Bendita edad en que al viento
lindas burbujas mandamos,
y de una caña formamos
un arrogante corcel;
e infatigables seguimos
a las mariposas bellas,
y platicamos con ellas
y con las flores también.
Y sin que deseos impuros
manchen nuestros pensamientos,
siempre contentos, contentos,
todo es gozar y gozar;
porque tenemos el alma
llena de música y brisas,
y lleno está de sonrisas
tu reloj; ¡bendita edad!
Con qué placer en la noche,
que a descansar nos obliga,
una madre nos abriga
de su albo seno al calor;
y con ternura tan grande,
que hasta el fanatismo toca,
en nuestra frente coloca
besos, puros como Dios.
Y con qué placer nosotros
contemplamos inocentes
las palomas imprudentes
en torno a la luz volar;
o ya, quemando el azúcar,
esperamos con anhelo
las hebras del caramelo
que vamos a devorar.
O ya embobados oímos,
con interés que desvela,
los cuentos que nuestra abuela
nos cuenta para dormir:
y si en los cuentos hay flores,
y gigantes, genios, hadas,
y princesas encantadas,
y palacios de zafir,
entonces vemos soñando,
diáfanos, indefinibles,
todos esos imposibles
en nuestro redor vagar;
y miramos en la sombra
ráfagas de luz de cielo,
y en cristalizado suelo
cintas de color rodar.
Mas si la vieja imprudente
nuestro candor amedrenta,
porque la historia nos cuenta
de alguien que a penar volvió,
y la imagen de ese muerto
al dormir nos acobarda,
al santo Ángel de la guarda
rezamos una oración.
Y nuestro sueño es tranquilo,
porque el alma no se anuda
de mañana con la duda,
ni de ayer con el pesar.
Y si un instante lloramos,
es nuestra ventura tanta,
que aun ese lloro abrillanta
de la ilusión el cristal.
Y doquier la mente gire
hace de flores acopio,
que un lindo caleidoscopio
tenemos siempre ante nos;
y bajo el brillante prisma
de nuestra ilusión primera,
ni la ventura es quimera,
ni hay ocaso para el sol.
IV
Pero
¿más tarde?... Más tarde,
¡horrible la
vida es!
el caleidoscopio arde,
y nuestro sueño
cobarde
huye, porque
sueño fue.
Que
al venir años tras años
sólo quedam,
¡santo Dios!
de este mundo en los
escaños,
¡desengaños! ¡desengaños!
que matan el
corazón.
V
Tú que te duermes inocente ahora
sin recuerdos que vengan a punzarte,
sueña feliz en tu bendita aurora
sin que el dolor se acerque a despertarte.
¡Ay de quien corre en pos de la ventura
con la frente preñada de ilusiones,
con el alma inflamable de ternura
y el corazón de nobles pulsaciones!
¡Ay del mortal imbécil que delira
con amigos, amores, idealismo;
porque encuentra ridículo, mentira,
encuentra la maldad, el egoísmo!
Quien busca la verdad encuentra el odio
traidor, rindiendo a la lisonja culto;
porque el amigo tiene, como Harmodio,
en bellas flores el puñal oculto.
Quien nos parece amigo verdadero,
si la fortuna llega a abandonarnos,
es nada más un cómico embustero,
que quiso divertirse y explotarnos.
Lo que amor se cree, es una llama
a cuya luz en ser se diviniza,
y al extinguirse su brillante flama
quedan sólo tinieblas y ceniza.
Porque la fiebre del amor concluye,
tomándose en cansancio fatigoso
y la ilusión soñada se destruye
al probar un deleite vergonzoso.
Y los que hablaron del amor, mintieron
que no existe el amor en que creímos;
mentira es el amor que ellas sintieron;
mentira es el amor que ayer sentimos.
Al apurar al hiel de estas verdades,
miramos las creencias adoradas
convertidas en locas necedades
con adornos de baile engalanadas.
Aunque un resquicio de ilusión no sobre,
aunque ame la virtud el alma necia,
¿de qué le sirve la virtud al pobre
si hay una sociedad que le desprecia?
Y no se puede ni clamar mañana
contra esa sociedad que nos devora;
que si la sociedad es cortesana
la debemos tratar como señora...
Pronto, niño, colmado de tristura
el mundo y sus quimeras maldiciendo,
viejo, pobre, gastado, sin ventura,
exclamarás, de cólera riendo:
¡Virtud! ¡honor! Risibles disparates,
palabras nada más, títulos vanos;
la virtud tiene aquí veintiún quilates,
y el honor diez dineros veinte granos.
Antonio Plaza Llamas