MADRIGAL PARA CANTAR ACOMPAÑÁNDOSE DE SARTENES
En la tu carne rosada
de castísima señora,
fulge, ¡oh, límpida albacora!,
luz de salar y alborada.
Fragante dama enlutada,
un joven sol condecora
la planicie de tu eslora,
con guiños de joya alada.
Ciega manejas tu espalda,
donde la muerte labora;
y eres tranquila pastora
de la luna de esta rada.
Andrés Sabella