EN FAVOR DE CÉSAR BORGIA
Deseo evocar hoy la memoria de César Borgia —Borja para ser más correctos— duque de Valentino. Fue el más joven de
los hijos naturales del futuro Alejandro VI y de Vanozza Cattanei. Lleno de ambición y de energía, desdeñoso de todas
las leyes divinas y humanas, con notorias dotes de guerrero y administrador, fue hecho cardenal a los dieciséis años
por su padre, que ocupaba ya la silla de San Pedro. Asesinó a su hermano Juan, duque de Gandía, al que sucedió como
capitán general de la Iglesia. Aliado con Luis XII de Francia para estabilizar el poder papal, recibió de este rey el
título de duque de Valentino —italianismo por Valentinois. Fue luego nombrado por su padre duque de Romagna. Para librarse de sus
principales enemigos, los citó con falsos pretextos en el castillo de Senigallia y allí, después de compartir con
ellos en un espléndido banquete, los mandó ahorcar. Fue hombre de sólida cultura, dominaba el griego, el latín,
el español, el francés y hablaba un catalán recio y sonoro. Tuvo, seguramente, relaciones íntimas con su hermana
Lucrecia, a cuyo primer marido, Alfonso de Aragón, mandó matar César por razones políticas. A la muerte de
Alejandro VI fue hecho prisionero por el papa Julio II, escapó de la prisión y de nuevo fue encerrado por el gran
capitán Gonzalo de Córdoba. Logró escapar de nuevo y se refugió en Navarra, cuyo rey era hermano de su esposa.
Acompañó a su cuñado en una expedición contra España y murió en Viana en una emboscada nocturna.
Luchó como un león sin proferir una palabra. Acribillado por las lanzas enemigas, su cadáver fue recogido al día
siguiente y recibió cristiana sepultura con los honores de un gran guerrero. César Borgia dejó entre los pueblos que
gobernara reputación de príncipe severo pero justo. Protegió las artes, fue amigo de Pinturicchio y de Leonardo da
Vinci. Sirvió de modelo al texto más importante y duradero que se haya escrito sobre política: El príncipe
de Nicolás Maquiavelo.
He tratado de ser escueto y de relatar, con la mayor objetividad, los hechos comprobados de la vida de esta personalidad radiante del
Renacimiento italiano sobre la cual se ha vertido un sucio caudal de literatura barata, de santurronería hipócrita y de oscura
necedad. Se salvan de esta avalancha de mentira y lodo, algunas páginas de la gran historiadora italiana María Benonci,
en su biografía de Lucrecia Borgia, y las alusiones aparecidas en el mismo libro de Maquiavelo.
Debe recordarse que este príncipe y guerrero que buscó con avidez el poder y lo logró sin tener en cuenta los medios usados para conseguirlo:
• Jamás dijo a los pueblos que gobernara que su único compromiso era con los desvalidos y con su patria amada.
• Jamás prometió garantías a los banqueros e industriales para desarrollar sus actividades dentro de las normas de la ley y en beneficio de todos.
• Jamás dijo que la liberación de la clase obrera es el gran objetivo a que debe supeditarse cualquier movimiento político, ni ofreció trabajar para establecer la dictadura del proletariado.
• No pensó nunca en algo tan extraño como que todos los hombres son iguales y tienen iguales derechos para elegir a sus gobernantes.
Quiero decir con esto que jamás engañó a nadie sobre sus intenciones, que fueron siempre bien claras y simples: obtener el poder y conservarlo a toda costa.
Sería asunto un poco largo de explicar, pero confieso que prefiero mil veces ser gobernado por el Valentino que por la complicada
urdimbre burocrática del Estado moderno, tan sospechosamente interesado en mi bienestar y en el ejercicio de mi personal
albedrío. Cuestión de gustos… y de saberlo pensar un poco a la luz de los últimos ciento cincuenta años de historia universal.
Novedades, México, 10-V-1980
Álvaro Mutis