A ALBINO
Tú del sacro Helicón, mi dulce Albino,
ascendiste a la cumbre soberana,
y fuiste en ella honor del almo coro;
para ti su divino
mirto Venus ufana
cultivó entre los nácares y el oro;
y si imitas de Apolo el sacro acento,
y de su noble aliento
celebras la victoria
en desusada lira,
el refulgente ramo de la gloria,
que adora el Betis, por tus sienes gira.
Mas no por igual senda el dios de Delo
a la inmortalidad próvido guía
cuantos bebieron la Castalia fuente:
cuál el templado cielo
canta y la selva umbría
y del manso arroyuelo la corriente:
cuál de celeste ardor arrebatado,
levanta el vuelo osado,
y el soberano asiento
de Júpiter temido
describe audaz, y el vasto firmamento
a su voz poderosa estremecido.
Cual las revueltas haces y el horrendo
carro de Marte y la homicida guerra,
y el asta de Belona ensangrentada,
y el pavoroso estruendo,
con que al mortal aterra
la trompa, por las madres detestada:
cual el dulce solaz de los pastores,
los tranquilos amores
dirá y el ocio blando;
y cual del generoso
Baco, la copa alegre vaciando,
celebra agradecido el don precioso.
Mi Musa no las rosas y alelíes,
que halaga ledo con raudal sonoro
el Permeso apacible, altiva quiere;
ni orientales rubíes,
ni las coronas de oro,
que Febo a sus alumnos repartiere.
Si modesta vïola, malva errante
o girasol amante
tejieren mi guirnalda,
entonces tu glorioso
triunfo del Pindo en la canora falda
admirado veré, mas no envidioso.
Alberto Lista