A JULIA
Ayer, cuando la suerte nos dio su acíbar
temí que a quedar fuera en este mundo
a distancia por siempre nuestros lamentos
y en parajes distintos nuestros sepulcros.
Tus dolientes gemidos, nadie escuchaba;
en mi cárcel me oían sólo los búhos:
mas de pronto Ia dicha vertió sus lampos
y pobló de esperanza; nuestro futuro.
¡Ay! por eso es muy justo que de tus penas
y mis hondos martirios, vague en tributo
una misma sonrisa por nuestros labios,
y un mismo árbol cobije nuestros sepulcros.
Alejandro A. Flórez