A UNA MADRE ADORMECIENDO A SU HIJO
¿Por qué, madre donosa,
Quieres, con duro ceño,
Del blando niño, que en tus aldas posa,
Los dulces ojos entregar al sueño?
Deja, deja que abrigue
La ternezuela mano
En tu albo seno, y tus cabellos ligue,
Y al hombro luego los extienda ufano.
Deja que al rostro llegue
Con su rosada boca,
Y un beso ponga en el hoyuelo breve
De tu mejilla, que su amor provoca.
Deja, deja que ría
Y entone alegre canto
Que el mundo ingrato arrancará algún día:
¡Ay! a sus ojos doloroso llanto.
Como tras largo vuelo
Por la pradera hojosa
Duerme en purpúrea rosa
Inquieto picaflor.
Tu niño así, del juego
Rendido a la fatiga.
Halle en el halda amiga
Benéfico sopor.
Agiten, si le arrullas
Con plácidas canciones,
Mil gratas emociones
Tu seno maternal.
Goza, mujer querida.
En su dormir, exento
Del roedor tormento
De una pasión tenaz:
Goza, pues rauda llega
La adolescencia impura
Trocando en amargura
Los días de placer.
Madre amorosa entonces,
Con lacrimoso ruego,
Apagarás el fuego
En que se sienta arder.
Y, con halago blando,
Volver harás al alma
La apetecida calma
Que por su mal perdió.
Y de tu labio ansioso,
Por la razón movido,
Escuchará su oído
Materna reprensión.
*
Dile, dile que a la mente
No dio el Cielo vanamente
Esa llama divinal.
Que ella rija sus acciones
Y combata las pasiones
Del espiritu del mal.
Que, cual río cristalino
Que siguiendo su camino
Da en el lago encantador.
Van las almas virtuosas
Por senderos de mimosas
Donde mora el creador.
Mas si bebe enagenado
En la copa del malvado
Beberá su perdición.
Y hallará siguiendo el vicio
Un tremendo precipicio
Do está escrito «maldición».
Dile ¡oh madre! que en la vida
Siempre estamos de partida
Para un mundo misterial.
Y es terrible aquel momento
Si de crímenes exento
No está el pecho del mortal.
Julio 1º de 1840.
Adolfo Berro