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EL RUEGO DE UNA MADRE

Jamás negaste tu amparo
A la inocencia que llora;
¡Ay! tú lo puedes, señora,
Alivia tú su dolor.

Romea.

En bóveda estrecha
De negra capilla,
Al pie de la esposa
De Dios sin mancilla,
Mujer enlutada
Se mira postrada
De hinojos orar.

Virgen, dice, lacrimosa,
De Dios padre tan querida,
Por la sangre que vertida
Los humanos rescato.

Vuelve a mí tus dulces ojos,
Ten piedad de quien te implora,
Que la culpa roedora
Me consume sin cesar.

¡Yo pequé! Bebí en la copa
Rebozada de impureza
Con que brinda a la belleza
La maldita corrupción.

Hubo un hombre que en mis labios
Derramó infernal veneno;
Yo le abrí mi incauto seno
Y él.... ya madre, me dejó.

Mil desprecios me aguardaban
En un mundo sin clemencia
Que seduce a la inocencia
Y se burla de su afán:

Un horrible pensamiento
Brilló entonces en mi mente;
Yo di a luz un inocente,
Y a este templo le arrojé.

¡Hijo mío! El seco labio
Te dio aquí el adios postrero:
Un quejido lastimero
De tu boca se exhaló:

¡Ah perdón! de entonces siempre
Resonando está en mi oído
Ese lúgubre gemido
Que me acuerda mi maldad.

¿Te dio amparo algun cristiano?
¿Vives, hijo, acá en la tierra?
O tal vez —¡gran Dios!— te encierra
El abismo del no ser!

¿No me ves hijo del alma,
No me ves aquí humillada
A la virgen adorada
Que me absuelva, demandar?

Torpe madre, impresas llevo
Del delito las señales;
Me desprecian los mortales
Y me aguarda el ataúd.

¡Ah! morir sin esperanza
De abrazarte en ese Cielo
De do acaso el desconsuelo
De tu madre viendo estás!

¡Imposible! que me abrumen
En el mundo los pesares,
Que se aumenten a millares...
Soy indigna de perdon.

Mas ¡oh virgen! un instante
Vuelve a mí tu rostro pío,
Logre ver al hijo mío,
Santa Madre de Jesús.

Abril de 1840.

autógrafo

Adolfo Berro


«Poesías» (1840)

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