UNA LIMOSNA
A mi querido amigo A. F. Cuenca
¡Entrad!... en mi aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
«¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad ¡Una limosna!»
Y calla... y las niñas gimen...
y calla... y el viento sopla...
y llora... y nadie las escuchas,
¡que nadie escucha al que llora!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Y la oís? —¡Ay!, hijas mías
vais por fin a quedar solas...
solas... y sin una madre
que os alivie y que os socorra...
solas... y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós... adiós... ya me muero...
ya no tengo hambre...
y la mísera expiraba «¡una limosna!»
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas,
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después... temblando de frío,
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
...«¡Me muero de hambre!»
Y la otra...
...«¡Una limosna!»
Enero de 1869
Manuel Acuña