A LA LUNA
AL SR. D. MANUEL J. DOMÍNGUEZ
Oh, luna, blanca luna,
Que desde el cielo viertes tus fulgores
A despecho de todos los vapores
Con que la negra noche te importuna,
Yo sé que al permitirme la confianza
De que a abusar cantándote me atrevo,
Antes que hablarte de otra cosa debo
Darte una explicación de mi tardanza;
Pero sabiendo, porque así lo he visto,
No recuerdo en qué parte,
Que tú eres noble y generosa y buena
Con todos los prosélitos del arte,
Entre los que me inscribo al protestarte
Que nada hay que sin ti valga la pena,
Dejo los cumplimientos
Y las excusas fútiles y vanas
A fin de aprovechar estos momentos,
Que tú al ver que en mis labios
Se agita el estro y mi silencio trunca,
Recordarás que el vulgo y aun los sabios
Dicen que vale más tarde que nunca.
No, y mira tú: desde hace mucho tiempo
Pensaba yo en venir a saludarte,
Y hasta recuerdo que salí una noche
Sin más objeto que ese;
Pero aunque el muy ilustre Ayuntamiento
Me hizo creer que en el cielo te hallaría,
Tú, que probablemente estabas mala,
Te ocultaste y me diste un antesala
Que me pesa en el cuerpo todavía.
Esto no te lo digo
Por lanzarte una pulla ni un reproche;
Pero este negro bosque me es testigo
De que no más que por hablar contigo
Me anduve por aquí toda la noche.
Lo mismo que otra vez, ya no recuerdo
Si fue en abril o en mayo... suspirando
Por verte frente a frente
Y a tu lado pasar la noche entera,
De modo y de manera
De estar solos y lejos de la gente,
Vengo, y tú que sin duda me creíste
Algún gemidor de esos
Que porque está desesperado y triste
Ya quiere que le des un par de besos,
No bien tras de estos álamos me viste,
Que escondiéndote en medio de las nubes
Cerraste tu balcón y te metiste.
Y la verdad que si esta fue tu idea
Ante mi aparición inoportuna,
Por mi vida te juro y te respondo,
Que te llevaste el chasco más redondo
Que te has llevado desde que eres luna;
Pues aunque ya a mis años
Se usa entre los humanos corazones
Contarlos sufrimientos a montones,
Y a montones también los desengaños,
Yo que si algo he sufrido
De mi existencia en la carrera corta,
Tengo la convicción íntima y grande
De que a nadie le importa,
Porque si sufro no hay quien me lo mande;
Si al pisar de la vida los abrojos
A verter una lágrima me atrevo,
La dejo que se escapase de mis ojos
Y al llegar a mis labios me la bebo.
Conque ya verás tú si yo sería
Quien fuera a molestarte a tales horas,
Para llamarte solitaria o fría,
Y cometer así una grosería
De esas que no perdonan las señoras,
Aparte de que a ti, si no me engaño,
Te debe de importar muy poca cosa
Que en la vida enojosa
Camine el goce junto con el daño;
Así como que al tiempo de las flores
Siga el invierno nebuloso y frío,
O que en las tibias noches del estío
Disminuyan de fuerza los calores,
Cosa que a muchos saca de su casa
Por tener de decírtelo el orgullo,
Cuando todo eso en realidad no pasa
De ser una verdad de Pero Grullo.
Y sin mentar personas,
Por allí anda la ilustre Avellaneda,
Que en paz duerma en su lecho de coronas,
Que sin mirar que tú, rueda que rueda,
Maldito el caso que del tiempo hacías,
Ella al son de sus mágicos bordones
Te delataba a ese ladrón nefando
Que tantos goces con pasar nos roba,
Sin oír que su esposo despertando
La llamaba en un tono no muy blando
Después de registrar toda la alcoba.
Y el sin igual Zorrilla,
El que nos regaló aquel mamarracho
Que yo admiraba tanto de muchacho
Creyéndolo la octava maravilla,
El que con una calma
Cuyo molde es difícil que se encuentre,
Hizo aquí entre otros dramas el del vientre,
Y hasta allá fue a acordarse del del alma.
Y Carpio, el que de turco disfrazado
Sufrió tan honda pena
Que por poco se arroja al mar salado;
Pero que al fin se fue por otro lado
Arrastrando el alfanje por la arena.
Y Tagle, el que te hablaba allá en los tiempos
De discordias civiles,
En que Rocha no andaba por el mundo
Y en que aún eran de chispa los fusiles,
Pues éstos y otros más, si no tan buenos
Sí tan desocupados,
Han emprendido de entusiasmo llenos
La imitación de sus antepasados,
Por el placer de repetirte alguna
De esas necias e insulsas tonterías,
O porque hechos los tomos de poesías
No faltara en el índice: —«A la luna».
Y si a lo menos fueran pasaderas
Las tantas que en tu elogio se han escrito
Y cuyas firmas por prudencia callo,
Pues, señor, con trescientos de a caballo,
Muy puesto en su lugar y muy bonito;
Pero, nada... que entre ésas que no cito
Porque no se me diga impertinente,
Hay muchas (no agravio la presente)
Que son un verdadero gregorito.
Lo digo y lo repito,
Sí, señor, que ésta no es una indirecta,
Pues aunque salte alguno
Que deseando escapar a este reproche,
Reclame la palabra y manifieste
Cargado de razones y veneno,
Que no se puede hacer nada de bueno
Sobre un terreno tan vulgar como éste,
No habiendo obligación chica ni grande
De escribir sobre tal o cual materia,
Se comprende y se ve muy a las claras,
Aunque hable de ésta con tan poco aprecio,
Que el culpable no es ella sino el necio
Que se mete en camisa de once varas.
¿Quién obliga a ninguna
De las vivientes almas a que escriba,
Ni menos a que suba tan arriba
Que tenga que escribir sobre la luna...?
Yo mismo, si mañana
A algún crítico ocioso y exigente
Se le diera la gana
De zurrar a esta silva la pavana,
Y de hacerlo delante de la gente,
Pues yo mismo, aunque fuera a mi despecho
(No pudiendo olvidarme de que es mía)
Mirando la justicia no tendría
Más que decir a todo: muy bien hecho.
Y tan es cierto que lo encuentro justo,
Y que me temo mucho una descarga
Por haberme salido con mi gusto,
Que con objeto de que el sabio adusto
No halle esta silva demasiado larga,
Una vez que tú, luna,
No me has de consolar si tal sucede,
Lo cual (aquí en confianza) muy bien puede
Por un capricho cruel de la fortuna,
Bien convencido de que en todo caso
Francos y leales seguiremos siendo
Tan amigos como antes,
Te dejo preparándole a la aurora
El dulce néctar de los nuevos broches,
Y sin más que decirte por ahora,
Con el alma, tu humilde servidora,
Me alegraré que pases buenas noches.
Manuel Acuña