NIBELUNGOS
Maravillas nos cuentan las canciones,
que la pasada edad gustosa oía;
hazañas de magnánimos varones,
lances de guerra y fiestas de alegría;
quejas de doloridos corazones
venganza atroz y desleal falsía;
escuchad los prodigios que os refiero,
de fe constante y de valor guerrero.
En la rica Borgoña una doncella
lo de esclarecida estirpe se crïaba;
otra ni tan pulida ni tan bella
no hubo jamás; Crimilde se llamaba.
Creció la niña, y la beldad con ella,
que origen fue de competencia brava
de dolores y lágrimas sin cuento;
y muchos héroes trajo a fin sangriento.
Nacida por decreto soberano
para la dicha y el amor parece.
Nobles jefes aspiran a su mano
y un reino en dote cada cual le ofrece.
Rinde, avasalla a todo pecho humano
la luz que en sus miradas resplandece.
Pudo hacer, repartida con largueza,
muchas bellas mujeres su belleza.
Guárdanla tres caudillos de alta fama
Gunter, Gernot, y el de gentil persona
mancebo audaz, que Giselar se llama;
reyes los tres de gente borgoñona.
De sus proezas que la tierra aclama
el merecido lustre los abona.
No hay lengua que los nombres manche o tilde
de aquellos tres hermanos de Crimilde.
Cerca del Rin, en Wormes la opulenta,
residen. Y componen su mesnada
caballeros bizarros de gran cuenta,
famosos por la lanza y por la espada.
Víctimas que a catástrofe sangrienta
reservaba una estrella malhadada,
arrebatados por la ciega envidia
de dos mujeres a tremenda lidia.
De los caudillos referidos era
Dancrato, el padre, que en edad temprana
coronó de victorias su bandera,
y Uta, noble mujer, la madre anciana,
que ya vïuda en educar se esmera
la hija querida, aquella flor lozana
que en su albor y frescura matutina
a espantosa tormenta se destina.
Soñó una vez Crimilde que en la mano
llevaba un bello azor, en imprevista
acometida con furor insano
dos águilas lo matan a su vista.
Ve en este sueño un misterioso arcano,
que sin saber la causa, le contrista.
Revélalo a su madre, y la discreta
anciana de este modo lo interpreta:
—«El bello azor que has visto en el ensueño
es un noble señor, que será un día
de tu hermosura y tus amores dueño,
y todo tu contento y alegría.
Mas le amenaza un desgraciado empeño,
si no le guarda el cielo, amada mía».
—«¡Noble señor! ¿qué me decís? (contesta
la hermosa niña, tímida y modesta).
»Quiero siempre vivir, madre querida,
sin conocer amores de guerrero.
Pasaré junto a vos toda la vida.
Otra dicha en el mundo no la quiero».
Uta se sonrió: —«No, inadvertida
renuncies lo que ignoras: el primero
de los bienes del mundo es un esposo
gentil, amable, ilustre, valeroso.
»Dios te ha dado sin tasa la hermosura;
él un esposo digno te depare».
—«¡No!, responde Crimilde, no hay dulzura
que al amor de una madre se equipare,
¿ese estado feliz quién asegura
que un repentino azar no lo acibare?
Muchas veces lo vi, mudado el cielo,
cambiarse de improviso en luto y duelo».
Crimilde así de amar se defendía,
y pasaba la vida dulcemente.
«Hombre no habrá que inquiete el alma mía»,
dice entre sí la virgen inocente.
Pero vendrá, Crimilde, vendrá un día
que pensarás de un modo diferente.
Verás el caballero venturoso
a quien querrás apellidar esposo.
Y cumplirase la visión oscura
que te explicó tu madre, y derramada
será del bello azor la sangre pura
por tropa infiel en daño tuyo armada.
Ni ya el amor en ti será ternura,
sino furia crüel, desapiadada,
y en recompensa de una vida sola,
miles verás que tu venganza inmola.
Cerca de donde el Rin al mar entrega
sus aguas lleva, una ciudad había,
Janten llamada; igual no tuvo el mundo
desde el helado norte al mediodía.
Hijo de Giselinda, y Segismundo,
un infante real allí se cría,
de gran belleza y no menor denuedo.
Los cantares le nombran Sigifredo.
Bizarro a maravilla era el infante;
no hubo mancha en su nombre la más leve.
Apenas se le vio de edad bastante
para que el casco y la coraza lleve,
cuando por toda Europa anduvo errante,
dejando larga fama, en tiempo breve,
de tanta empresa y tantos hechos raros,
que arenas uno en mil podré contaros.
Desde la juventud su valentía
era cantada en rústicos loores.
Con la cual su hermosura componía
codiciado blasón de mil amores.
Si era la educación que recibía
solícita en extremo, superiores
fueron en él las naturales prendas;
fértil asunto a historias y leyendas.
No bien se muestra en la paterna corte,
admiración a todo el mundo inspira;
y al ver su gentileza y bello porte
más de una dama en su interior suspira.
Pero no hay que temer ciego transporte,
pues dondequiera que los pasos gira,
viejos ayos que enfrenen con cuidado
su juvenil ardor van a su lado.
Así cumple que a bélicas facciones
se forme el alma y el valor se apreste,
y al halago de pérfidas pasiones
el pecho endurecido contrarreste.
Así conquistará nuevas regiones
y tendrá de vasallos larga hueste;
y ya siente bullir marciales bríos.
bajo los cortesanos atavíos.
Por este tiempo ordena Sigismundo
que se anuncie en la corte regla fiesta
y se convide a cuantos en el mundo
por noble alcurnia o coronada testa
merecen este honor; campo fecundo
de distinción y gloria.
Andrés Bello
Incluido en Poesías Andrés Bello; prólogo de Fernando Paz Castillo, en www.cervantesvirtual.com