EL DIEZ Y OCHO DE SETIEMBRE
I
Diez y ocho de Setiembre, hermosa fiesta
de Chile, alegre día,
que nos viste lanzar el grave yugo
de antigua tiranía;
Cánticos te celebren de victoria,
que blanda el aura lleve
desde la verde playa hasta las cumbres
coronadas de nieve.
Desde el desierto en que animal ni planta
viven, y sólo suena
la voz del viento, que silbando empuja
vastas olas de arena,
Hasta donde la espuma austral tachonan
islas mil, de la dura
humana ley exentas, paraísos
de virginal verdura,
El Diez y ocho se cante de Setiembre;
y en la choza pajiza,
en el taller, en la estucada sala
que la seda tapiza;
A su loor alborozados himnos
canora fama siembre,
y bulliciosos ecos le respondan:
Diez y ocho de Setiembre.
II
Cual águila caudal, no bien la pluma
juvenil ha vestido,
sufre impaciente la prisión estrecha
de su materno nido,
Y dócil al instinto vagoroso
que a elevarse atrevida
sobre la tierra, y a explorar los reinos
etéreos la convida,
Las inexpertas alas mueve inquieta,
y enderezada al cielo
la vista, al fin se lanza, y ya por golfos
de luz remonta el vuelo;
Así el pecho sentiste, patria mía,
latir con denodados
bríos de libertad, y te arrojaste
a más brillantes hados;
Así el día inmortal, de que hoy tus hijos
bendicen la memoria,
intrépida te vio, sublime, altiva,
campos buscar de gloria.
III
«No más, dijiste, un generoso pueblo
dormite en ocio muelle;
ser libre jure; y con su sangre el voto,
si es necesario, selle,
»Bramarán los tiranos; guerra y luto
decretarán traeros,
y convertir en servidumbre eterna
los recobrados fueros.
»Pero ¿cuándo en las lides la victoria
no ha coronado al fuerte,
que a la ignominia de servil cadena
antepuso la muerte?
»Que si al tirano alguna vez sonríe
la fortuna indecisa,
múdase presto en afrentoso escarnio
la halagüeña sonrisa;
»Y semejante al pueblo poderoso
que sojuzgó la tierra,
perdió la libertad muchas batallas,
pero ninguna guerra».
Dijiste, y el sagrado juramento
en simultáneo grito
sonó, y en los chilenos corazones
fue para siempre escrito.
IV
¡Día feliz! Cuando asomó la aurora
sobre la agigantada
cabeza de los Andes, y la diuca
te cantó la alborada;
Dime, ¿qué nuevas hojas en el libro
que de pueblos y gentes
contiene en caracteres inefables,
destinos diferentes;
¿Qué nuevas hojas desvolvió la mano
eterna?
¿Qué guardadas
eras del porvenir chileno, abrieron
sus páginas doradas?
¿Qué nobles hechos de alentado arrojo,
o de valor sereno,
de patrio amor y de virtud constante,
llevabas en tu seno?
Los innatos derechos proclamados,
del hombre; la española
corona hollada, y concedido el cetro
a la ley santa sola;
De dos pueblos nacientes, ya en el brío
y en la esperanza grandes,
al choque impetüoso quebrantada
la valla de los Andes;
Los campales trofeos, que decoran
allá el monte, acá el llano,
y los que, hendido de chilenas quillas,
vio absorto el océano,
Y los que, cuando nada en Chile resta
que no ceda y sucumba,
dos veces vindicaron de los Incas
la profanada tumba;
Tales ejemplos de valor tu seno
fecundo contenía,
¡Diez y ocho de Setiembre, memorable
y bienhadado día!
Como la colosal futura palma
tierno germen oculta,
que será de los campos ornamento
cuando descuelle adulta,
Y contrastar sabrá de procelosos
huracanes la guerra,
y dará fruto sazonado, y sombra
tutelar a la tierra.
V
Crece así tú, ¡querida patria! crece,
y tu cabeza altiva
levanta, ornada de laurel guerrero,
y fructüosa oliva.
Y florezca a tu sombra la fe santa
de tus padres; y eterna
la libertad prospere; y se afïance
la dulce paz fraterna;
Y en tu salud y bienestar y gloria,
con la mente y la mano,
trabajen a porfía el rico, el pobre,
el joven, el anciano;
El que con el arado te alimenta,
o tus leyes explana,
o en el sendero de las ciencias guía
tu juventud lozana,
O con las armas en la lid sangrienta
defiende tus hogares,
o al infinito Ser devoto incienso
ofrece en tus altares.
VI
Pero del rumbo en que te engolfas mira
los aleves bajíos,
que infaman los despojos miserables
¡ay! de tantos navíos.
Aquella que de lejos verde orilla
a la vista parece,
es edificio aéreo de celajes,
que un soplo desvanece.
Oye el bramido de alterados vientos
y de la mar, que un blanco
monte levanta de rizada espuma
sobre el oculto banco;
Y de las naves, las amigas naves,
que soltaron a una
contigo al viento las flamantes velas,
contempla la fortuna.
¿Las ves, arrebatadas de las olas,
al caso extremo y triste
apercibirse ya?... Tú misma, cerca
de zozobrar te viste.
VII
A tus consejos, a tu pueblo, sabia
moderación presida;
y a la insidiosa furia, cuyo aliento
emponzoña la vida,
Que de la libertad bajo el augusto
velo esconde su fea
lívida forma, y el puñal sangriento,
y la prendida tea,
No confundas, incauta, con la virgen
hermosa, pudibunda,
a quien el iris viste, a quien la frente
fúlgida luz circunda;
Nodriza del ingenio y de las artes,
de la justicia hermana,
que fecunda y alegra y ennoblece
la sociedad humana.
Así florecerás, patria querida:
tus timbres venideros
así responderán a los ensayos
de tu virtud primeros.
Y, del héroe a quien dio del Santa undoso
la enrojecida orilla
eterno lauro, el héroe que hoy ensalzas
a la suprema silla,
Pasando el grave cargo, en glorïosa
serie, de mano en mano,
madre serás de gentes, que tu suelo,
antes fecundo en vano,
Densas habitarán, libres, felices;
y con más alegría
cantarán cada nuevo aniversario
de este solemne día.
Andrés Bello
Incluido en Poesías Andrés Bello; prólogo de Fernando Paz Castillo, en www.cervantesvirtual.com