LA VIEJA DE LAS NARANJAS
De sombra azul, de repentina sombra,
su voz rodaba, lentamente, abierta
como un temblor de agua.
¡Ay, cuánto asombro;
cuánta muda tristeza levantaban
sus ojos, casi ciegos, a las nubes!
Porque nadie compraba las naranjas
de la vieja:
(Propicios senos de oro;
frescos soles maduros).
Con qué gozo
libertaría la amarilla rosa,
uno a uno sus pétalos rompiendo...
Pero acababan tristemente. Iban
cubriéndose de verde, enflaqueciendo
como pequeños corazones viejos.
Dolía verla sola, arrodillada
ante sus tristes soles corrompidos;
limpiándose, llorando sobre ellos.
¡Pero era Primavera!
El sol ardía
en los tejados rojos. Resbalaba
en anchas lenguas por el ocre oscuro
de las paredes, dando
luz y reposo al aire.
Qué importaba
el cárdeno despojo
de la vieja de las naranjas.
Victoriano Crémer