AMANECER
Pero las horas suenan como piedras
que alguien, de lejos, lanza en el vacío.
Ruedan, se pulen en el sueño, y caen
amargas en la boca.
Escucha entonces,
una voz que le dice:
—¡Ya es de día!
y abre los ojos con trabajo , mira
confuso entre la niebla, y, poco a poco,
va precisando luces desmayadas,
pequeños grumos de aterida sombra.
Otros ojos, ya claros, le conmueven;
tiran del corazón piadosamente
como de un niño ahogado, rescatándole
a la luz que entredora su sonrisa.
No es un día que nace, es el regreso
de otro lejano que aún conserva intacto
en el rincón más frío de los huesos:
Cuando era niño oyó otra voz también
que le decía:
—¡Arriba!— aunque agregaba
muy tímida: ¡Hijo mío...!
Pero el día
era, como éste, usado.
Sólo el bronce
endurecido del recuerdo canta
con un son breve el tiempo y le conserva.
Victoriano Crémer