EPÍLOGO
MATERIA ÚNICA
Esa materia tientas
cuando, carmín, repasas
la sonrisa de un niño.
Más: grosezuela, carne,
pierna o rosa exhalándose.
La materia fresquísima,
cuán repentina emerge
en esa pierna o luces.
Oh, cómo tiembla el iris:
suspenso ahora en el rosa,
escala suave o masa
que es un montón fragante.
Materia inmensa dura...
Cuán infinita empieza
cuando el tiempo, y vibrante
es una red que tocas.
Aquí, aquí está en sus bordes.
No más, no más distintos
que allí su origen: tiéntase
sin fin. Y un niño canta.
Y en él quizá Tiberio,
remoto. Oh, Capri. Espumas;
las carpas. Huele el viento.
Pero hoy el niño corre.
Madrid. El aro es gayo.
Y llega y mira. Vese
en él el ojo lóbrego,
la barba rubia, exangüe
la mano: allí la esfera.
Felipe Dos. Silencio...
La virgen hoy nos dice.
En la materia misma
la cortesana antigua
hoy late, y se adereza.
Su faz cansada vuelve.
¿No oyes la voz?; la Santa.
Desde esa masa única
alza sus ojos: siente
la flecha suave ardiendo.
Y aquí descansa el hombre,
respira el monje, y nada:
solo es un mar, el mismo.
¿Quién del bajel saltase?
Cipango ilustre intacto.
Son gritos, no: saludos.
¡Pisan el mar los indios!
Su flecha va en el viento,
y vibra hoy en el pecho,
amor, amor, y lleva
su mano allí esa joven...
Ardiendo, la materia
sin consunción desborda
el tiempo, y de él se abrasa.
Indemne en sus orígenes.
Entre las lumbres únicas,
con su corona trágica,
si Calderón altísimo,
María hoy arde humilde.
La veis subir despacio,
sirviente: el cesto, y sigue.
Silencio. Es la madera
que cruje. El pan. Y llama.
A siglos, le abriría
aquel guerrero. Y tocas,
y Atila pasa; insistes,
y en él nos mira el bardo;
y más, y en sus ropajes
está el tirano, y lucen
sus ojos. ¿Mira el niño?
Oh, virgen: llega y pasa.
Todo es materia: tiempo,
espacio; carne y obra.
Materia sola, inmensa,
jadea o suspira, y late
aquí en la orilla. Moja
tu mano, tienta, tienta
allí el origen único,
allí en la infinitud
que da aquí, en ti, aún espumas.
Vicente Aleixandre