CUARTO PAR
8
Vida
Pero esta cara, sí, es de hoy y próxima, y viene y sigue y pasa.
Vive lejos, allá en los andurriales del Manzanares seco.
Por donde escurre más que nada en olor, y nunca a vida.
Ella vive en tal casa de corredor, en tal calle que dicen
Miralrío,
o miralpolvo acaso, pues da su frente al cauce.
A veces bajan bestias y se detienen: ¿beben? quizá
sueñan, o alzan
sus ciegos ojos al sol tórrido y braman con piedad o con pena
hacia esas lumbres.
Pero ella, la vieja, es: la misma acaso. Mírala.
Su paso tardo cuando avanza, el palo, su misma mano equívoca.
Pero acércate más. Ahí detenida, saca un
pañuelo oscuro y lo junta a sus ojos y enjuga un resto o
lágrima que cae de un ojo en frío.
Ruidosamente suénase; no, no és el viento largo en hojas,
en ramajes,
ni una garganta dura de un animal que zuñe.
Ella avanza unos pasos. Con su palito esquiva
las piedras, los pedruscos antiguos, los nuevos restos de los ladrillos
rotos.
Y se para: ha escuchado; quizá el nieto allí cruza: aquel
del pelo fosco con guijo en mano, pasa corriendo:
«¡Abuela!»
Mas no. Mirad su cara, su misma malla o pelos últimos que
tirantes van a fundirse en moño, mejor, en el plumero, en la
escobilla o signo febril que guiña a un pájaro.
También, sí, los cristales. Ella los lleva turbios
también, sujetos, sí, en alambres.
Pero no taladrados por el punzón que horada, perfora en risas
mudas.
No, ese punzón no es burla. Tan turbios, dulces quedan los
vidrios sobre el yerto mirar de aguas perdidas.
Aguas mansas que miran como el remanso escaso que el sol secó a
sus lumbres.
Aguas casi quemadas, que casi nunca rizan los vientos: miran solas.
Reflejan ¿cosas? Quizá solo piedades de cosas;
quizás allí el recuerdo.
Y ella despacio marcha, más lenta. Nunca en vuelo. Oh, no: la
escoba en casa.
Es flor humilde para los suelos ciertos,
y ella, sin ver, los barre.
Fue antaño lavandera en ese río, donde hubo lavadero
y mozas claras y cansadas mujeres, y sueño, y voz, y nieves.
Se levantó cuando no pudo más, y era una vieja,
archivieja, revieja, más vieja aún, y a oscuras.
Cuando hacia la ciudad avanza cruje el suelo,
el tiempo, y marcha en vilo, sobre el agua o su estela,
y sube en luces.
Vicente Aleixandre