IDEA DEL ÁRBOL
Como la corteza misma de un árbol.
Rugosa en su materia paciente,
acumulada con severidad pero con indefectible perseverancia,
no hay sino la materia, la encarnizada materia, que no sería
como llamarada,
sino como lo que queda tras el desconocido ardimiento.
La combustión se origina
en las primitivas exhalaciones, cuando la tierra se abre y respira
con fuegos sobre los cráteres de la llanura.
Fuegos misteriosos que azuzados por la transfiguración
geológica como unas lenguas pululan.
Mejor, suplican o se lamentan, mejor, increpan o, más,
denuncian, y con fatigado resuello se extinguen.
Todos los aceites del mundo, los oleosos minerales como una sangre
circulan y se asoman y espiran, y respiran, y callan.
Azules lenguas silenciosas, que en filas sobre el gran desierto la
transustanciación profundísima están figurando.
Pero allí la materia es un aire, un resplandor, un velo
quemador, solo un viento.
Y cuando el simún receloso se estira y cubre su dominio tenaz,
se oscurecen.
Y las delgadas lenguas instantáneas dimiten y el negror se
restaura,
solo interrumpido o, mejor, coronado
por la abrasada noche de las estrellas.
Pero un árbol no es lengua, aunque también trabajosamente
se yergue.
No es hombre, aunque casi es humano. La fantasía del hombre no
podría inventar la materia del árbol.
Su vida tenaz y su inmovilidad rigurosa. Y su movimiento sin tregua.
Y su desafiante fuerza rendida.
Aquí sin posible comparación, la madera
no es carne, aunque puede ser herida y ser muerta.
No agua, aunque su savia mane con sufrimiento, en transparentes gotas
hialinas.
Ni es sangre, aunque pueda correr hacia el mar y teñirlo
como un río que hunde su espada al morir,
que es dar vida.
Pero el árbol es una idea y es anterior a la idea.
Una idea concéntrica que como un pensamiento demorado va
geométricamente conformándose desde un núcleo.
Una idea lentísima, precisa en su salvación, y ahí
expuesta.
Una palabra no la d iría: la palabra es humana.
La traduce ese ser. El la expresa y la configura.
Y él es una precisa definición, en su neto lenguaje:
«Es el Árbol».
Vicente Aleixandre