«LOS BORRACHOS»
La soledad conjunta a pocos deja fuera, y cae en los rostros.
Ahí se ven los ojos excitados. Hay mucho sol y cobre se
diría
la tez de casi todos, cuero curtido largamente. ¿Tierra?
¿Arcilla? La sangre rueda ¿y casi trasparece?
Pues no. Gruesa es la piel, y bajo la pulgada, rotundo rojo estalla.
granate. No, más vivo, alacre, oh sí: espirituoso.
Y la mejilla brilla, casi delira, en par de los dos ojos.
Borrachos les diríais. Y encima son los pámpanos
torcidos. Y el barril. Desnudo un torso,
casi veríais resbalar el vino, veloz, caliente
por un cuerpo, que si palpita es tierra y a ella anuncia.
Esta cabeza es plata. Pálida, y aún muy junta, cubre
espesa,
protege el pensamiento pobre que allí insiste.
Pobre pero bien hondo: casi un surtir de oro hasta unos labios.
Vino ardiente. Gozad. La tarde es joven.
Una mano ese cuenco levanta rebosante.
La vid, y entre otros pámpanos los ojos.
Una jovial doncella escapa incógnita.
Ellos no ven. Si miran, ven burbujas.
Bajo el azul mojado el sol reparte
zumos o rayos por igual. Resbala
sobre los hombros, lame los pechos, brilla en gotas vívidas
entre sus sombras. Baña total el cuerpo y clama y viste
de enardecida realidad los bultos,
¡Velázquez! Joven aún pintó un conocimiento,
calando ya con el pincel. ¿Juzgó? ¿Burlose?
¡Quién sabe! Aún era prieto el aire,
antes de que analítico se abriese,
o que a la síntesis final se alzase.
Vicente Aleixandre