ENTRE DOS OSCURIDADES, UN RELÁMPAGO
Y no saber adonde vamos, ni de dónde venimos.
Rubén Darío.
Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos oscuridades,
un relámpago.
Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un
único gesto,
una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Pero no nos engañemos, no nos crezcamos. Con humildad, con
tristeza, con aceptación, con ternura,
acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una
compañía, allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida, el instante del
darse cuenta entre dos infinitas oscuridades,
miremos este rostro triste que alza hacia nosotros sus grandes ojos
humanos,
y que tiene miedo, y que nos. ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos
con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos,
temblemos sobre la vasta llanura sin término donde solo brilla
la luna del estertor.
Como en una tienda de campaña,
que el viento furioso muerde, viento que viene de las hondas
profundidades de un caos,
aquí la pareja humana, tú y yo, amada, sentimos las
arenas largas que nos esperan.
No acaban nunca, ¿verdad? En una larga noche, sin saberlo, las
hemos recorrido;
quizá juntos, oh, no, quizá solos, seguramente solos, con
un invisible rostro cansado desde el origen, las hemos recorrido.
Y después, cuando esta súbita luna colgada bajo la que
nos hemos reconocido
se apague,
echaremos de nuevo a andar. No sé si solos, no sé si
acompañados.
No sé si por estas mismas arenas que en una noche hacia
atrás de nuevo recorreremos.
Pero ahora la luna colgada, la luna como estrangulada, un momento brilla.
Y te miro. Y déjame que te reconozca.
A ti, mi compañía, mi sola seguridad, mi reposo instantáneo, mi reconocimiento expreso donde yo me siento y me soy.
Y déjame poner mis labios sobre tu frente tibia —oh, cómo la siento—.
Y un momento dormir sobre tu pecho, como tú sobre el mío,
mientras la instantánea luna larga nos mira y con piadosa luz
nos cierra los ojos.
Vicente Aleixandre