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OTRA NO AMO

Tú, en cambio, sí que podrías quererme;
tú, a quien no amo.
A veces me quedo mirando tus ojos, ojos grandes, oscuros;
tu frente pálida, tu cabello sombrío,
tu espigada presencia que delicadamente se acerca en la tarde, sonríe,
se aquieta y espera con humildad que mi palabra le aliente.
Desde mi cansancio de otro amor padecido
te miro, oh pura muchacha pálida que yo podría amar y no amo.
Me asomo entonces a tu fina piel, al secreto visible de
tu frente donde yo sé que habito,
y espío muy levemente, muy continuadamente, el brillo rehusado de tus ojos,
adivinando la diminuta imagen palpitante que de mí sé que llevan.
Hablo entonces de ti, de la vida, de tristeza, de tiempo...,
mientras mi pensamiento vaga lejos, penando allá donde vive
la otra descuidada existencia por quien sufro a tu lado.

Al lado de esta muchacha veo la injusticia del amor.
A veces, con estos labios fríos te beso en la frente, en súplica
helada, que tú ignoras, a tu amor: que me encienda.
Labios fríos en la tarde apagada. Labios convulsos, yertos, que tenazmente ahondan
la frente cálida, pidiéndole entero su cabal fuego perdido.
Labios que se hunden en tu cabellera negrísima,
mientras cierro los ojos,
mientras siento a mis besos como un resplandeciente cabello rubio donde quemo mi boca.
Un gemido, y despierto, heladamente cálido, febril, sobre el brusco negror que, de pronto, en tristeza a mis labios sorprende.

Otras veces, cerrados los ojos, desciende mi boca triste
sobre la frente tersa,
oh pálido campo de besos sin destino,
anónima piel donde ofrendo mis labios como un aire sin vida,
mientras gimo, mientras secretamente gimo de otra piel que quemara.

Oh pálida joven sin amor de mi vida,
joven tenaz para amarme sin súplica,
recorren mis labios tu mejilla sin flor,
sin aroma, tu boca sin luz,
tu apagado cuello que dulce se inclina,
mientras yo me separo, oh inmediata que yo no pido,
oh cuerpo que no deseo,
oh cintura quebrada, pero nunca en mi abrazo.
Echate aquí y descansa de tu pálida fiebre.
Desnudo el pecho, un momento te miro.

Pálidamente hermosa, con ojos oscuros,
semidesnuda y quieta, muda y mirándome,
¡Cómo te olvido mientras te beso! El pecho
tuyo mi labio acepta, con amor, con tristeza.
Oh, tú no sabes... Y doliente sonríes.
Oh, cuánto pido que otra luz me alcanzase.

autógrafo

Vicente Aleixandre


«Historia del corazón» (1945-1953)
I


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