EL SOL VICTORIOSO
No pronuncies mi nombre
imitando a los árboles que sacuden su triste cabellera,
empapada de luna en las noches de agosto
bajo un cielo morado donde nadie ha vivido.
No me llames
como llama a la tierra su viento que no la toca,
su triste viento u oro que rozándola pasa,
sospechando el carbón que vigilante encierra.
Nunca me digas que tu sombra es tan dura
como un bloque con límites que en la sombra reposa,
bloque que se dibuja contra un cielo parado,
junto a un lago sin aire, bajo una luna vacia.
El sol, el fuerte, el duro y brusco sol que deseca pantanos,
que atiranta los labios, que cruje como hojas secas entre los labios
mismos,
que redondea rocas peladas como montes de carne,
como redonda carne que pesadamente aguanta la caricia tremenda,
la mano poderosa que estruja masas grandes,
que ciñe las caderas de esos tremendos cuerpos
que los ríos aprietan como montes tumbados.
El sol despeja siempre noches de luna larga,
interminables noches donde los filos verdes,
donde los ojos verdes,
donde las manos verdes
son solo verdes túnicas, telas mojadas verdes,
son solo pechos verdes,
son solo besos verdes entre moscas ya verdes.
El sol o mano dura,
o mano roja, o furia, o ira naciente.
El sol que hace a la tierra una escoria sin muerte.
No, no digas mi nombre como luna encerrada,
como luna que entre los barrotes de una jaula nocturna
bate como los pájaros, como quizá los ángeles,
como los verdes ángeles que en un agua han vivido.
Huye, como huiría el pantano que un hombre ha visto formarse
sobre su pecho,
crecer sobre su pecho,
y ha visto que su sangre como nenúfar surte,
mientras su corazón bulle como oculta burbuja.
Las mojadas raíces
que un hombre siente en su pecho, bajo la noche apagada,
no son vida ni muerte, sino quietud o limo,
sino pesadas formas de culebras de agua
que entre la carne viven sin un musgo horadado.
No. no digas mi nombre,
noche horrenda de agosto, de un imposible enero;
no, no digas mi nombre,
pero mátame, oh sol, con tu justa cuchilla.
Vicente Aleixandre