FORMAS SOBRE EL MAR
Como una canción que se desprende
de una luna reciente
blandamente eclipsada por el brillo de una boca.
Como un papel ignorado
que resbala hacia túneles
precisamente en un sueño de nieves.
Como lo más blanco o más querido.
Así camina el vago clamor de sombra o amor.
Como la dicha.
Vagamente cabezas o humo,
ese abandonarse a la capacidad del sueño,
con flojedad aspira al cénit sin esfuerzo,
pretendiendo desconocer el valor de las contracciones.
Si me lamento,
si lloro como un traje blanco,
si me abandono al va y ven de un viento de dos metros,
es que indudablemente desconozco mi altura,
el vuelo de las aves
y esa piel desprendida que no puede ya besarse más que en pluma.
Oh, vida.
La luciérnaga muda,
ese medir la tierra paso a paso,
está lleno de conciencia,
de espiras, de anillos o de sueño
(es lo mismo),
está lleno de lo inmóvil para lo que está
prohibido un corazón.
Clavos o arpones,
canciones de los polos,
hielos de Islandia o focas esperadas,
debajo por la piel que no duele y enfría,
no impide el sentir,
el ver dibujo,
el ver corales lentos transcurrir como sangre,
como respuesta,
como presentimiento de formas sobre el mar.
¿Son almas o son cuerpos?
Son lo que no se sabe.
Esas fronteras deshechas de tocarse las dos filas de dientes,
ese contacto de dos cercanías
que tan pronto es el mar
como es su sombra erguida,
como es sencillamente la mudez de dos labios.
Así el mundo es entero,
el mundo es lo no partido,
lo que no puede separar ni el calor
(que ya es decir),
lo que es únicamente no atender a lo urgente,
conservar bajo cáscara cataratas de estancia,
de quietud o sentido,
mientras pasa ya el tiempo como nuez,
como lo que ha desalojado el mar súbito a besos,
como los dos labios a plomo
triste a luces o nácar bajo esteras.
Vicente Aleixandre