VÍSPERA DE MÍ
Una dulce pasión de agua de muerte no me engaña. No me
jures que el mar está lejos, que todas las “cabrillas” de
estaño y los boquetes de tierra que se abren entre los dedos
servirán para ocultar tu sonrisa. No puedo admitir el
engaño. Ocultándome de las formas y aves, de la blancura
de un futuro premioso, puedo extender mi brazo hasta tocar la delicia.
Pero si te ríes, si te incautas de la brevedad que no falla, no
me sentiré bastante fuerte. Fracasaré como una cintura
que se dobla. Mis ojos saben que la insistencia no da luz, pero que
puede ser una solución indolora. Despojándome las sienes
de unas paredes de nieve, de un reguero de sangre que me hiciera la
tarde más caída, lograré explicarte mi inocencia.
Si yo quiero la vida no es para repartirla. Ni para malgastarla. Es
solo para tener en orden los labios. Para no mirarme las manos de cera,
aunque irrumpa su caudal descifrable. Para dormirme a mi hora sobre una
conciencia sin funda. Sabré percibir los colores. Y los olores.
Y la pura anatomía de los sonidos. Y si me llamas no
buscaré un agua muy tibia para enjuagarme los dientes. No, no;
afrontaré la limpieza del brillo, el tornasol y la
estéril herida de los crepúsculos. No me ahorraré
ni una sola palabra. Sabré vestirme rindiendo tributo a la
materia fingida. A la carnosa bóveda de la espera. A todo lo que
amenace mi libertad sin historia. Desnudo irrumpiré en los
azules caídos para parecer de nieve, o de cobre, o de río
enturbiado sin lágrimas. Todo menos no nacer. Menos tener que
sonreír ocultándome. Menos saber que las cejas existen
como ramas de sueño bien alerta.
Por eso estoy aquí ya formándome. Cuento uno a uno los
centímetros de mi lucha. Por eso me nace una risa del
talón que no es humo. Por ti, que no explicas la
geografía más profunda.
Si me vuelvo loco, que no me encierren. Que me permitan soñar
con las nubes. Con la firmeza de mi voluntad yo levantaré vagos
techos y luego los alzaré como tapas. Mis ojos os traerán
los columpios. Os gobernaré con polvillo de santos.
Sabréis adorar otros paños, y la elegancia de su
caída hará que acerquéis vuestras bocas.
Dejadme que nazca a la pura insumisa creación de mi nombre.
Vicente Aleixandre