Baja allí
a convocarlo
música de omisiones
y así lo encuentra,
previsto y a la escucha,
azotado por el aire amarillento
que atraviesan las pepitas oscuras de la noche
A su alcance, los seres de la sombra
han perdido peligro:
manchas de decepción...
unos alrededores desvelados...
...y no otra cosa se agrega
a él.
Ni la extraña elaboración de las bendiciones
ni el escalofrío de las banderas y de las herramientas.
Ni llegan luces útiles de factoría
allí,
donde se paran los climas y los precios
descuidan los nombres de la exactitud
allí donde arde sólo la sangre
silenciosamente,
como arden los labios recién mordidos:
invitando a encender un poco
—un poco más—
el mundo.
Pierden allí la pista tallas y obligaciones,
bajo esa misma luz ácida y general
que queda en las ciudades tras las tardes
de lluvia,
cuando se apagan los usos de las cosas
y hay miedo material
Y allí,
retirado y escaso,
bajo la isla absoluta de una lámpara,
los oídos cargados
y refrenado el sorbo de la respiración,
atusándose un modo de desaparecer,
defiende su verdad
el que no se conforma y rompe
los espejos,
el que abre por el centro las palabras
en busca de otra luz
y pulsa todos los timbres prohibidos,
el que olvida con esmero, el que no sabe parar
el asombro, el que decide que vence
cuando pierde
y aleja hacia los nombres de papel
aquello que más ama
para tenerlo cerca
El que corrige a su propio aliento.
El que enciende la lengua
y desordena
Tomás Sánchez Santiago