EL SAPO Y EL MOCHUELO
Escondido en el tronco de un árbol
estaba un mochuelo,
y pasando no lejos un sapo,
le vio medio cuerpo.
«¡Ah de arriba, señor solitario!»
—Dijo el tal escuerzo—:
«saque usted la cabeza, veamos
sí es bonito o feo».
«No presumo de mozo gallardo»;
—respondió el de adentro—:
«y aun por eso a salir a lo claro
apenas me atrevo»;
«Pero usted, que de día su garbo
nos viene luciendo,
¿no estuviera mejor agachado
en otro agujero?»
¡Oh qué pocos autores tomamos
este buen consejo!
Siempre damos a luz, aunque malo
cuanto componemos,
y tal vez fuera bien sepultarlo;
pero ¡ay, compañeros!
Más queremos ser públicos sapos
que ocultos mochuelos.
Hay pocos que den sus obras a luz con aquella desconfianza y temor que debe todo escritor que no esté poseído de vanidad.
Tomás de Iriarte