VOZ DEL NACIENTE
Los ojos de la madre centran el cosmos,
fulgen en la almohada de hielo
como dos brasas vivas.
Gozo y dolor estallan en un solo gemido
entre sábanas rojas, calientes de alegría.
Agranda el aposento tu clamor, oh naciente,
y estremece las tumbas tu codicia
de luz —aunque te espere tanta sombra—. Tus puños
trituran en el aire invisibles espigas.
También yo nazco ahora. Estoy naciendo
de una madre lejana, de un amor que declina.
Ya casi no me hieren la sorpresa y el júbilo.
Apenas siento el gozo feroz de la agonía.
Me ha endurecido el hábito cual viento del desierto
y venzo los obstáculos sin pena ni alegría
como la tuya, oh madre joven y vehemente.
Me vencen los obstáculos.
¿No mostró ya la vida desde tu primer ímpetu
su intención de tortura? No se acaba jamás el parto,
la partida hacia un total desasimiento triste,
hacia un grito de luz o sombra decisiva.
Yo te invoco, 1
regreso a tu primer clamor, oh madre,
oh tierra firme de adiós o bienvenida.
No sé cómo ser digno de aquella sangre tuya,
cómo no malograr lo que empezaste un día.
Y corto a dentelladas mi placenta de sombra,
perforo a puño limpio matrices, muros, minas,
me abro paso a través de montones de muertos
hacia no sé qué nada,
con qué brutal codicia de luz, de vida viva...
El diamante del grito descoyunta la sombra.
Y nunca se termina la obra, el canto, el mundo:
este autoalumbramiento con que mi voluntad de ser se afirma.
Pues me tiene la tierra entre
fosas y estatuas y me elige el silencio;
mas yo elijo la vida: me doy en furia
y gozo a este parto continuo
que ha de arrancarme vivo de la vida.
Salustiano Masó
1 Hoy te invoco en Poesías Escogidas (1984).