CONTEMPLACIÓN Y AVENTURA I
Nací como cualquiera,
sujeto a viejas normas
y a la ley de la muerte.
Pero en mi corazón la noche ardía
sideral, enigmática.
Puse mi confianza en el secreto
profundo de la vida
y, hasta donde es posible,
más que toda ventura,
amé la libertad.
Me alejé cuanto pude de los fáciles rumbos
que aconseja la ciencia de los mapas.
Evité lo seguro,
lo llano,
la monotonía de los postes,
los paralelos árboles de alma disciplinada,
el agua mansa de los puertos.
Dormí en cuevas profundas
donde no canta el gallo al despertar
y en un bote de náufrago me acostumbré
a soñar sobre la providencia de las olas.
Fui reprobado,
envidiado tal vez,
excomulgado y maldito.
Se me creyó suicida,
se me buscó por desertor
y se me condenó por prófugo.
Cómo vi vuestras dudas,
oh forjadores de falsos cielos,
eternamente desplazados del instante que es vida
y temerosos como niños ante la inmensidad del porvenir.
Hubiera querido aproximarme a vuestras ciudades,
sacaros uno por uno de vuestros nichos,
haceros más jóvenes,
más bellos,
más intrépidos,
más a la manera de los dioses antiguos.
Hubiera querido que entendierais mi voz;
deciros cuán bello es pisar descalzo,
erguirse desnudo sobre la tierra,
abrazarse a las nubes,
saberse hecho de la misma sustancia que los astros.
Hubiera querido...
Estabais demasiado lejos.
Maldecíais.
Odiabais todo aquello que osaba ser distinto,
que no estaba catalogado en vuestros archivos
ni llevaba la marca de vuestras fábricas.
Dios era para vosotros
algo que definir
o que temer,
o que buscar,
algo susceptible de negado o afirmado,
de ser hallado o perdido.
Tan lejos estaba de vuestro corazón
el maravilloso espíritu de vida
innumerable, creador,
diverso,
único en todos y en cada uno,
cada día y siempre como las olas del mar.
Vuestros besos tenían
un amargo sabor de despedida,
un anticipado sabor de muerte.
En el desierto clamó la voz de vuestros sabios,
encarcelasteis a vuestros poetas,
crucificasteis a vuestros dioses,
os abrigasteis tanto
que no os pudo fecundar el sol.
Qué pocos lauros dieron fruto
sobre la tierra de vuestros héroes.
Así anduve
lejos,
exilado de vuestro mundo.
A cada viento llamaba por su nombre.
El cuervo más indómito comió el pan en mi mano.
A mi paso encontré bifurcaciones,
advertencias de peligros,
fronteras de reinos,
puentes dividiendo heredades, provincias...
Pero es mejor pasar
con la mirada alta
y el corazón lleno de estrellas.
Pero es mejor pasar...
¿Hay algo más inútil para un amante del desierto
que un cruce de caminos?
Mirad:
por doquier alienta la vida.
Debajo de la tierra del invierno
duerme el rumor de la futura selva
y en el árbol más yerto y carcomido
un ave se afianza.
Hijos míos,
no temáis a la noche.
Si las nubes ocultan los astros,
no temáis a la noche.
El rayo que ilumina el corazón del viento
será vuestro destino.
Dejad que os guíe decididamente
la luz sin norma de la tempestad.
Salustiano Masó