EL PINTOR LOCO
—Sabes, mamá, que yo no sé qué tiene
Aquel pintor tan triste y vejancón.
¿No sabes cuál? Aquel que nunca viene
Por esta dirección.
El que vive allá arriba, al pie del cerro
Entre un jardín cercado de laurel,
Sin más familia ni amistad que un perro
Que anda siempre con él...
—Pues oye: aunque parece mudo y lelo
Y por las calles tú lo encontrarás
Mirando al suelo o contemplando el cielo
Con las manos atrás;
Y aunque refieren que a la gente evita,
Siempre que paso por su puerta yo...
—¡Qué! ¿Te conoce, ¿Y qué te dice, hijita?
¿Por quién te preguntó?
—Por nadie, madre, sólo por mi escuela.
Me ve, me llama, siéntase al portón,
Me da una flor, un dije, una vitela
Y ojea mi lección.
Y lo raro es que el pobre mientras tanto
Me mira tanto y con dulzura tal,
Como si fuera yo su sólo encanto,
Su maná celestial.
Y me besa en la frente, y le hace daño
Aquel mirarme y remirarme así,
Pues casi siempre un lagrimón tamaño
Soltar después lo vi.
Dicen que es loco, y a menudo escucho
Que a nadie quiere ni recibe bien.
No hay tal, mamá, que a mí me quiere él mucho
Y aun su perro también.
Lo alcancé a ver pintando el otro día
Una lindura, y la escondió de mí;
Una preciosa imagen de María
Muy parecida a ti.
Y así que él vio... ¿pero por qué afligirte?
¿Tú también lloras? ¿qué pesar te doy?
—¡Ah, no! amor mío, es mi delicia oírte,
Pero... basta por hoy.
Nueva York, octubre 23: 1871.
Rafael Pombo