¿MEREZCO QUE ME ODIES?
Al fin yo soy tu mártir, Carrie, adorada mía,
Mas ¡ay! desde mi hoguera, fiel te bendigo yo;
Mi alma jamás espera feliz entero un día;
Justo es que pague en lágrimas quien tanto disfrutó.
Me ves inquieto, amargo, meditabundo, triste;
Tus ojos en mis ojos amor y llanto ven:
¡Ah! tanto cual te quiero, tú nunca me quisiste,
También tú padecieras, lloraras tú también.
Como hilo de frescura nace la limpia fuente,
Luego risueña y mansa flores al campo da;
Pero avanza, y creciendo transfórmase en torrente,
Y mientras más aumenta más agitada va.
Asi yo me debato entre dudas y penas,
Y agitome yo mismo en insensato mal;
Mas si no van las ondas de mi pasión serenas,
Siempre van puras, siempre dignas del manantial.
Dignas de esa mirada de límpida pureza
Que hace del hombre un ángel, de un ángel un mortal:
Mirada con que hubiera la prístina belleza
Postrado ante sus plantas al serafín del mal.
Tú con esa mirada me has vuelto la esperanza,
Y ella es mi luz de Chattty,
el astro de mi edén:
Si tus labios me hieren ella me da venganza;
Si tu ceño me aparta, ella me dice, ven.
En vano cruel rechazas mis tímidas caricias.
Oído en vano niegas al que escuchaste ayer;
Tu corazón te enrostra tus propias injusticias
Y sabes bien que nunca te puedo aborrecer.
Sabes que a cada instante más y más tierno te amo,
Sabes que a cada instante soy más digno de ti,
Que eres tu mi vigilia, que en mis sueños te llamo,
Y que si tú murieras... vivieras para mí.
Me conoces: detesto las comedias del mundo,
Para mí no hay más bienes que el bien y la verdad;
En tu inocencia santa extático me inundo,
Y que me juzgues bueno es mi felicidad.
¡Qué importa, pues, que injusta repúlsesme severa,
Si tu virtud se place puliendo mi virtud,
Si sabes que mis votos te siguen dondequiera,
Y que eres la corona que ansía mi juventud!
Desdéñame, repréndeme: yo siempre te bendigo.
Siempre ángel te contemplo, te mimo siempre yo;
No por amarte tanto dejo de ser tu amigo,
Y bien perdón merece quien ya te perdonó.
Te vas, secos tus ojos verán brotar mi llanto,
Y en pos de ti fiel siempre mi corazón irá;
¡Ah! deja una sonrisa al que te quiere tanto,
Y porque ya no me ames no me maldigas ya.
Nueva York, diciembre 13: 1855.
Rafael Pombo