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LA COPA DE VINO

¡Y te hieren a ti...!

JULIO ARBOLEDA

¿Y vosotros por qué juitráis a vuestros hermanos?
o vosotros ¿por qué menosprecias a vuestros her-
manos? Pues todos compareceremos ante el Tri-
bunal de Cristo. En cuanto a mí, poco me impor-
 ta ser juzfifado de vosotros o de humano día, pues
ni aun yo me juzgo a mí mismo.


SAN PABLO

La sociedad, la sociedad injusta,
Esta feria de crimen, ha lanzado
La excomunión civil del renegado
Sobre tu frente limpia, virginal;

Y entre el círculo amante que al oído
Te prodiga cariños y alabanza
No ha tronado una voz por tu venganza
Arrostrando el escándalo social.

Yo que callo ante ti, yo que tan sólo
Me hinco ante el Dios que en el altar venero,
Yo que en silencio agonizar prefiero
A exponerme al desdén de una mujer,

Yo que creo la lisonja obsequio indigno
De tu mérito excelso y tu talento,
Yo, absoluto señor de lo que siento,
Pero absoluto esclavo del deber;

Yo quiero en alta voz, frente de todos
El rayo devolver que te fulminan,
Porque me quema ver que te asesinan
Con máscara de afecto y compasión;

Y porque caiga en mí todo su enojo,
Y alzarme en triunfo o sucumbir contigo,
Quiero ver si diciendo lo que digo
Tiranizan también mi corazón.

Que escuchen todos lo que tú no escuchas,
Que sepan lo que ignoras, que te amo;
Que me jacto de amarte y lo proclamo
Sin temer su sanción ni tu desdén.

¿Qué es su sanción? El fallo de la envidia
De una mujer o del rencor de un hombre;
Es la planta parásita de un nombre,
La corona de mártir de una sien.

Y ante mí te embellece la injusticia,
Y la envidia tu mérito pregona,
Y de reina a mis ojos te corona
La corona de mártir que te dan;

Y ese ajeno borrón que te regalan
Es el crisol que tu virtud depura:
¡Llaman crimen tu inmensa desventura,
Sabiendo ¡oh Dios! que blasfemando están!

No es en la paz donde el valor se prueba;
Ni al abrigo de sólida muralla,
Es en el campo atroz de la batalla
Do vale cada paso un corazón;

Ni es la virtud el írrito esqueleto
Que entre el cilicio y la abstinencia yace
Soñando a Dios cual bey que se complace
En degradar su propia creación.

Es el ser bello, inteligente, libre,
Que ni de sí ni de su Dios reniega,
Y que en un mar horrísono navega
Sin salpicar la inmaculada sien;

Es la mujer que entre el ardid y el vicio
En flor de amor, de juventud, de halago,
Combate ilesa el devorante estrago,
Sola, y su fe de niña por sostén.

Es... eres tú, desventurada virgen,
Pobre y en orfandad desde la cuna,
Blanco inerme del mundo y la fortuna,
Y en quien es un delito hasta llorar.

Tú, la más bella y la mejor de todas,
Mujer excepcional, ángel de prueba
A quien la innoble sociedad se ceba
En ofender fingiendo acariciar.

Ella lanzó, cual perros a la presa,
La seducción sobre tu hogar bendito,
Y alzó contra su víctima su grito,
Dando al verdugo en triunfo su perdón;

Execró al débil, y en la sien del fuerte
Ciñó, riendo, criminal diadema,
Y extendió al inocente su anatema
Calumniándole a fuer de compasión.

Y a ti también, ¡a ti te han alcanzado
Las garras de dragón de su ternura;
Te lastiman también a ti ¡más pura
Que el tranquilo rubor de un serafín!

A ti, prenda de paz que el levantado
Brazo de Dios sobre Segor detienes;
A ti, el iris, el ángel en rehenes
Que debiera adorar su alma ruin.

Anhela sepultarte en sus abismos
El horrísono mar que te rodea,
Que es esta misma sociedad atea
Que hoy da calumnia, y seductor dio ayer.

La misma sociedad, en parte indigna
De que tu cuna por honor se llame,
En donde hay hombre alguno que no te ame
Y capaz de ofenderte, una mujer.

Mas... te vengas tú misma. El hombre, cínico,
Juzga y obra según lo que desea,
Si oye infamar a un ángel se recrea,
Y una víctima más ya decretó;

Mas si eres tú, se postra su osadía
Ante la majestad de tu inocencia,
El crimen se arrepiente a tu presencia
Y te pide perdón quien te ofendió...

...Pero no la mujer ¡Noble paloma
Es con el hombre, su fatal tirano,
Y cuando él la traiciona y pierde ufano
Ella es su ángel guardián, su defensor;

Mas la mujer con la mujer es hiena,
Su amistad guerra, su piedad venganza;
Destronaran al hombre con su alianza,
E imposible su alianza hizo el Criador.

Su arma peor, su virtud, puñal teñido
De veneno sin contra, hiere y mata;
Virtud celosa, y fiera, y timorata,
Que la da para todo amplio poder.

De Dios y de Satán obra maestra,
Gracia o Furia, su símbolo el extremo,
Capaz del bien como del mal supremo,
Es sólo para el hombre la mujer.

¿Qué hace contigo? Plácida contempla
El triunfo de tu púdica hermosura,
Y movida de lástima murmura
Diestra dejando resbalar la hiel;

O al verte, como al tacto de la víbora,
Vuela de tu presencia híspida y loca,
Y nombre, y patria, y universo invoca,
Fiel a su Dios y a sus blasones fiel.

Sin más escudo entonces que tu límpida
Conciencia de paloma, alzas en tanto
A Dios los ojos húmedos en llanto
Ofreciéndole el cáliz que te dio.

Él, que por los pecados de los hombres
Se brindó en expiación, es tu testigo;
De otro es la culpa, aceptas el castigo,
¡Hostia social que nadie comprendió!

Mas ¡no!... Tuya es la culpa, tuyo el crimen,
¡Hermosura celeste! la diadema
De tu beldad, ese es el anatema
Que pesa inexorable sobre ti.

Y ¿quién ha de arrancártela? ¿quién osa
Alzar un trono al frente de tu trono,
Si a tus pies, a despecho de su encono,
Quema incienso el celoso frenesí?

Dios te hizo reina: a tu pesar se yergue
Tu frente augusta al tiro de tu manto;
Lloras, mas es tu inapreciable llanto
Óleo que te consagra sin rival.

El águila triunfal te dio sus ojos,
La soberana del jardín, su aliento,
Tus labios, mandan; íntimo tu acento
Vibra en mí como mágico puñal.

Tu faz, cuando alzas fiera la cabeza
Desoyendo al dulcísimo importuno,
Semeja en mármol la soberbia Juno
Del sol de Oriente a la dorada luz.

Y en ti de su poema de belleza
Viéranse a un tiempo idolatrar de hinojos,
Su garbo el griego, el árabe sus ojos,
Su hechizo retozón el andaluz.

Tú haces que se odien las vulgares formas
De la que es sólo hermosa; en tu presencia
Siento que fuiste tú la Inteligencia
Concebida en el seno del Amor.

Si Montecristo, al sueño de la vida,
Desde el sueño del Genio se lanzara,
«Mi hija» «¡Hija de Haidea!» te nombrara,
«¡Flor del perdón, bendita del Señor!...»

Sólo tú ignoras tu poder: esquivas
Uncir a tu carroza tus abyectos;
Bien pudieras, doblando sus afectos,
Con tu cetro azotarlos sin piedad.

Mas no eres tú la insípida coqueta,
Red de sí propia, casta libertina
Que alegre va, cantando, a su ruina,
En precio de su tonta vanidad.

No eres la que mendiga con sonrisas
Del necio las lisonjas descaradas;
No eres la cazadora de miradas
Uue busca en el estruendo la atención.

Para ser la primera a ti te basta
(Para suplicio de quien pueda odiarte)
Ser como el Cielo se esmeró en formarte...
...Mas, ¡ah! ¡te cuesta lágrimas tu don!

¿Por hacértelo amargo te convocan
A sus alegres danzas? ¡Ironía!
Te ven, y no comprenden tu agonía;
Te hieren, y no ven su iniquidad;

Y en vez de suavizar tu desventura
Y enjugar cariñosos tu mejilla,
Reflejan en tu frente su mancilla
E insultan con su dicha tu orfandad.

Y, Virtud, ¿eres tú, y es en tu nombre
Que rompe así la caridad sus lazos,
Y al infortunio ciérranse los brazos,
Y niégase a la víctima el perdón?

¿Y eres tú, Sociedad, la que pretendes
Erigirte en el mundo en Providencia?
¡Tú, juez venal, fantasma sin conciencia,
¡Avaro en honra, pródigo en baldón!

La virgen, ¡ay! desventurada, pura,
Más pura cuanto más desventurada,
Dulce cual la paloma enamorada,
Bella como la aurora del Edén;

¿Siempre tendrá un espectro en sus ensueños.
Siempre una sombra en su tranquila frente,
Y una gota de hiel en su inocente
Cáliz de amor y en su dolor también?

Mas qué amor ¡Santo Dios! Ese ángel tímido
Tiene, con su infortunio, demasiado,
Ya está de llanto y de dolor colmado
Ese inefable y manso corazón.

¿Y dónde, de su angustia en el Sahara
Habrá una gruta plácida, expansiva,
Do al riego de una lágrima furtiva
Brote amena una flor, una ilusión?

¡Feliz, y bien feliz, aquel que pueda
Contra el deshecho temporal del mundo,
De un corazón hermano en lo profundo
El corazón opreso refugiar!

¡Y tener en la fuente de su afecto
La fuente de la paz y del olvido,
Y de allí, como el águila en el nido,
La enemiga tormenta desafiar!

Pero ved a la envidia hincando el diente,
Ved al sarcasmo acicalar su daga,
Ved la calumnia que entre sombras vaga
Su abominable tósigo bullir;

Ved, ved doquiera: el corazón del hombre,
Este demonio infatigable, inquieto,
Roba el ajeno bien, y, aún no repleto.
Devora el propio, el de hoy, el porvenir...

Nada son tanto mal, espinas tantas
Que al paso brota en profusión la tierra,
Y es fuerza, en loco afán y ávida guerra,
Abrojo sobre abrojo amontonar;

Y del triste banquete de la vida
Hervir la copa cáustica y amarga,
Y redoblar esta ardua, inmensa carga
Que no nos atrevemos a botar...

¡Desgraciado el que siente! ¡Está maldito
El corazón del hombre! !Eternamente
Un himno de dolor, íntimo, ardiente,
Levantarse del mundo escucho yo!

Y allí su acento, amargo cual ninguno.
Alza el Amor, este fatal misterio,
Flor del fruto de muerte y cautiverio
Que la mujer al hombre regaló.

La mujer desde entonces, cual la caña
Que eterna flota en lóbrego remanso,
Purifica su culpa sin descanso,
Y nunca fin su sacrificio da.

Esclava, y sola, y fascinada, y débil,
Todo cuanto la cerca es su enemigo:
Lucha con los demás, lucha consigo,
Y entre el suplicio y la deshonra va.

¡Oh! ¡COMPASIÓN por la mujer! Si es débil.
Hombre sé su sostén, no su verdugo;
Haz blando al menos el violento yugo
De la que es tu ángel de la guarda aquí.

¡Mujer! ella es tu hermana, ella, tu madre,
Tu compañera de tormento es ella;
Nació mujer, perdónala su estrella,
No armes más a los hombres contra ti.

Corazones de bronce, almas de hierro
Hace la sociedad: torvo egoísmo,
Crimen o desecado estoicismo,
Hé aquí su fe, su símbolo, su cruz.

¿Dónde habrá un eco que galán responda
Al corazón hidalgo que ama y siente,
Aire para las alas, ancha fuente
Para la sed, para los ojos luz?

¿Aquí? No sé; mas tú no ignoras dónde,
Infausta virgen que doliente veo,
Y ver llorando a la esperanza creo
Dolorida a las puertas del Edén.

Espera, sí, cada una de tus lágrimas
Te guarda un océano de delicias,
Bendice humilde tantas injusticias
Y tanto mal que gana tanto bien.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Sea tu destino sosegado y dulce
Cuanto inquieto y amargo es mi destino;
Las espinas que marcan mi camino
Sean rosas sin espinas a tus pies;

¡Y si en tus labios perfumados debe
Tibiar su copa el desengaño un día,
Antes rebose pródiga la mía,
Y dulce así la encontrare tal vez!

Pronto; muy pronto, el tiempo y la distancia
Entre los dos interpondrán su abismo,
Y, al despedirme, apagare yo mismo
Mi única estrella de esperanza y fe;

Y habré pasado entonces a tus ojos
Como una sombra triste y pensativa,
Y no ya el brillo de tu frente altiva
Con mirada siniestra empañaré.

¡No sé si tú comprenderás entonces
Mi orgullosa virtud, mi sacrificio;
No sé si airado —equívoco—, propicio
Tu pensamiento para mí será.

¡No sé... tal vez!... rechazarás acerba
De tus recuerdos el recuerdo mío,
¡Tal vez tu pecho, estremecido y frío
Al escuchar mi nombre latirá!

¡Oh! yo, entretanto, ajeno en mi desdicha
A cuanto bien el universo encierra,
Pediré vanamente a cielo y tierra
Algo que alivio a mis angustias dé;

¡Y si un momento el corazón llevare
Hasta el borde del crimen su delirio,
Invocaré tu nombre en mi martirio,
Veré pasar tu sombra... y lloraré!

Popayán enero 3: 1854.

autógrafo

Rafael Pombo


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